Así será también en la resurrección de los muertos: Lo que se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción;
lo que se siembra en deshonra, resucitará en gloria; lo que se siembra en debilidad, resucitará en poder.
Se siembra un cuerpo animal, y resucitará un cuerpo espiritual. Porque así como hay un cuerpo animal, hay también un cuerpo espiritual.
Así también está escrito: «El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser con vida»; y el postrer Adán, un espíritu que da vida.
Pero lo espiritual no vino primero, sino lo animal; y luego lo espiritual.
El primer hombre es terrenal, de la tierra; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo.
Semejantes al terrenal, serán también los terrenales; y semejantes al celestial, serán también los celestiales.
Y así como hemos llevado la imagen del hombre terrenal, así también llevaremos la imagen del celestial.
Pero una cosa les digo, hermanos: ni la carne ni la sangre pueden heredar el reino de Dios, y tampoco la corrupción puede heredar la incorrupción.
Presten atención, que les voy a contar un misterio: No todos moriremos, pero todos seremos transformados
en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene la trompeta final. Pues la trompeta sonará, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.
Porque es necesario que lo corruptible se vista de incorrupción, y lo mortal se vista de inmortalidad.
Y cuando esto, que es corruptible, se haya vestido de incorrupción, y esto, que es mortal, se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: «Devorada será la muerte por la victoria».
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?
Porque el pecado es el aguijón de la muerte, y la ley es la que da poder al pecado.
¡Pero gracias sean dadas a Dios, de que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!
Así que, amados hermanos míos, manténganse firmes y constantes, y siempre creciendo en la obra del Señor, seguros de que el trabajo de ustedes en el Señor no carece de sentido.