Logo de YouVersion
Ícono Búsqueda

Marcos 8:11-38

Marcos 8:11-38 NVI

Llegaron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús. Para ponerlo a prueba, le pidieron una señal del cielo. Él lanzó un profundo suspiro y dijo: «¿Por qué pide esta generación una señal milagrosa? Les aseguro que no habrá ninguna señal». Entonces los dejó, volvió a embarcarse y cruzó al otro lado. Los discípulos habían olvidado llevar panes y solo tenían uno en la barca. —Presten atención —advirtió Jesús—; ¡cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes! Ellos comentaban los unos con los otros: «Lo dice porque no trajimos pan». Al darse cuenta de esto, Jesús dijo: —¿Por qué están hablando de que no tienen pan? ¿Todavía no ven ni entienden? ¿Tienen el corazón endurecido? ¿Es que tienen ojos, pero no ven, y oídos, pero no oyen? ¿Acaso no recuerdan? Cuando partí los cinco panes para los cinco mil, ¿cuántas canastas llenas de pedazos recogieron? —Doce —respondieron ellos. —Y, cuando partí los siete panes para los cuatro mil, ¿cuántas cestas llenas de pedazos recogieron? —Siete —dijeron. Entonces concluyó: —¿Y todavía no entienden? Cuando llegaron a Betsaida, algunas personas llevaron un ciego a Jesús y rogaron que lo tocara. Él tomó de la mano al ciego y lo sacó fuera del pueblo. Después de escupir en sus ojos y de poner las manos sobre él, preguntó: —¿Puedes ver algo? El hombre alzó los ojos y dijo: —Veo gente; parecen árboles que caminan. Entonces le puso de nuevo las manos sobre los ojos, y el ciego fue curado; recobró la vista y comenzó a ver todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa con esta advertencia: —No vayas a entrar en el pueblo. Jesús y sus discípulos salieron hacia las aldeas de Cesarea de Filipo. En el camino les preguntó: —¿Quién dice la gente que soy yo? Le respondieron: —Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profetas. —Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? —preguntó Jesús. —Tú eres el Cristo —afirmó Pedro. Jesús ordenó que no hablaran a nadie acerca de él. Luego comenzó a enseñarles: —El Hijo del hombre tiene que sufrir muchas cosas y ser rechazado por los líderes religiosos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Es necesario que lo maten y que a los tres días resucite. Habló de esto con toda claridad. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo. Pero Jesús se dio la vuelta, miró a sus discípulos y reprendió a Pedro. —¡Aléjate de mí, Satanás! —le dijo—. Tú no piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. Entonces llamó a la multitud y a sus discípulos. —Si alguien quiere ser mi discípulo —dijo—, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa y por el evangelio la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en medio de esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.