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Marcos 14:54-72

Marcos 14:54-72 NVI

Pedro lo siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote. Allí se sentó con los guardias y se calentó junto al fuego. Los jefes de los sacerdotes y el Consejo en pleno buscaban alguna prueba contra Jesús para poder condenarlo a muerte, pero no la encontraban. Muchos testificaban falsamente contra él, pero sus declaraciones no coincidían. Entonces unos decidieron dar este falso testimonio contra él: —Nosotros le oímos decir: “Destruiré este Templo hecho por hombres y en tres días construiré otro, no hecho por hombres”. Pero ni aun así concordaban sus declaraciones. Poniéndose en pie en el medio, el sumo sacerdote interrogó a Jesús: —¿No vas a responder? ¿Qué significan estas denuncias en tu contra? Pero Jesús se quedó callado y no contestó nada. —¿Eres el Cristo, el Hijo del Bendito? —preguntó de nuevo el sumo sacerdote. —Sí, yo soy —dijo Jesús—. Y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo en las nubes del cielo. —¿Para qué necesitamos más testigos? —dijo el sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras—. ¡Ustedes han oído la blasfemia! ¿Qué les parece? Todos ellos lo condenaron como digno de muerte. Algunos comenzaron a escupirlo y, luego de vendarle sus ojos, le daban puñetazos. —¡Profetiza! —gritaban. Los guardias también lo abofeteaban. Mientras Pedro estaba abajo en el patio, pasó una de las criadas del sumo sacerdote. Cuando vio a Pedro calentándose, se fijó en él. —Tú también estabas con ese Nazareno, con Jesús —le dijo ella. Pero él lo negó: —No lo conozco. Ni siquiera sé de qué estás hablando. Y salió a la entrada; en ese momento el gallo cantó. Cuando la criada lo vio allí, dijo de nuevo a los presentes: —Este es uno de ellos. Él lo volvió a negar. Poco después, los que estaban allí dijeron a Pedro: —Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo. Él comenzó a echarse maldiciones. —¡No conozco a ese hombre del que hablan! —juró. Al instante, el gallo cantó por segunda vez. Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: «Antes de que el gallo cante por segunda vez, me negarás tres veces». Y se echó a llorar.