Al entrar Jesús en Capernaúm, se acercó a él un centurión pidiendo ayuda: —Señor, mi siervo está postrado en casa con parálisis y sufre terriblemente. —Iré a sanarlo —respondió Jesús. El centurión contestó: —Señor, no merezco que entres bajo mi techo. Pero basta con que digas una sola palabra y mi siervo quedará sano. Porque yo mismo soy un hombre sujeto a órdenes superiores y, además, tengo soldados bajo mi autoridad. Le digo a uno “ve” y va; y al otro, “ven” y viene. Le digo a mi siervo “haz esto” y lo hace. Al oír esto, Jesús se asombró y dijo a quienes lo seguían: —Les aseguro que no he encontrado en Israel a nadie que tenga tanta fe.
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