Cuando Jesús salió de la sinagoga, fue a casa de Simón, cuya suegra estaba enferma con una fiebre muy alta. Pidieron a Jesús que la ayudara, así que se inclinó sobre ella, reprendió a la fiebre y esta se le quitó. Ella se levantó enseguida y comenzó a servirles. Al ponerse el sol, la gente llevó a Jesús todos los que padecían de diversas enfermedades; él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó. Además, de muchas personas salían demonios que gritaban: «¡Tú eres el Hijo de Dios!». Pero él los reprendía y no los dejaba hablar porque sabían que él era el Cristo. Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar solitario. La gente andaba buscándolo y, cuando llegaron adonde él estaba, procuraban detenerlo para que no se fuera. Pero él les dijo: «Es preciso que anuncie también a los demás pueblos las buenas noticias del reino de Dios, porque para esto fui enviado».
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