¡Me sedujiste, SEÑOR, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo y me venciste. Todo el mundo se burla de mí; se ríen de mí todo el tiempo. Cada vez que hablo es para gritar: «¡Violencia! ¡Destrucción!». Por eso la palabra del SEÑOR fue cada día para mí una deshonra y una burla. Si digo: «No me acordaré más de él ni hablaré más en su nombre»; entonces su palabra es en mi corazón como un fuego, un fuego ardiente que penetra hasta los huesos. He hecho todo lo posible por contenerla, pero ya no puedo más.
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