Así dice el Señor, el SEÑOR de los Ejércitos: «Ve a encontrarte con Sebna, el mayordomo, que está a cargo del palacio y dile: ¿Qué haces aquí? ¿Quién te dio permiso para cavarte aquí un sepulcro? ¿Por qué tallas en lo alto tu lugar de reposo y lo esculpes en la roca? »Mira, hombre poderoso, el SEÑOR está a punto de agarrarte y arrojarte con violencia. Te hará rodar como pelota y te lanzará a una tierra inmensa. Allí morirás; allí quedarán tus gloriosos carros de combate. ¡Serás la vergüenza de la casa de tu señor! Te destituiré de tu cargo y serás expulsado de tu puesto. »En aquel día llamaré a mi siervo Eliaquín, hijo de Jilquías. Le pondré tu túnica, le colocaré tu faja y le daré tu autoridad. Será como un padre para los habitantes de Jerusalén y para la tribu de Judá. Sobre sus hombros pondré la llave de la casa de David; lo que él abra, nadie podrá cerrarlo; lo que él cierre, nadie podrá abrirlo. Como a una estaca, lo clavaré en un lugar firme y será como un trono de honor para la descendencia de su padre. De él dependerá toda la gloria de su familia: sus descendientes, sus vástagos y toda la vajilla pequeña, desde los cántaros hasta las tazas. »En aquel día —afirma el SEÑOR de los Ejércitos—, cederá la estaca clavada en el lugar firme; será arrancada de raíz y se vendrá abajo con la carga que colgaba de ella». El SEÑOR mismo lo ha dicho.
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