Aquella misma noche Jacob se levantó, tomó a sus dos esposas, a sus dos esclavas, a sus once hijos y cruzó el río Jaboc. Una vez que lo habían cruzado, hizo pasar también todas sus posesiones, quedándose solo. Entonces un hombre luchó con él hasta el amanecer. Cuando este se dio cuenta de que no podía vencer a Jacob, lo tocó en la coyuntura de la cadera y esta se le dislocó mientras luchaban. Entonces dijo: —¡Suéltame, que ya está por amanecer! —¡No te soltaré hasta que me bendigas! —respondió Jacob. —¿Cómo te llamas? —le preguntó el hombre. —Me llamo Jacob —respondió. Entonces le dijo: —Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido. —Y tú, ¿cómo te llamas? —preguntó Jacob. Él respondió: —¿Por qué preguntas cómo me llamo? Y en ese mismo lugar lo bendijo. Jacob llamó a ese lugar Peniel, porque dijo: «He visto a Dios cara a cara y todavía sigo con vida». Cruzaba Jacob por el lugar llamado Peniel, cuando salió el sol. A causa de su cadera dislocada iba cojeando.
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