La mujer vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que era atractivo a la vista y era deseable para adquirir sabiduría; así que tomó de su fruto y comió. Luego dio a su esposo, que estaba con ella, y él también comió. En ese momento los ojos de ambos fueron abiertos y tomaron conciencia de su desnudez. Por eso, para cubrirse entretejieron hojas de higuera. Cuando el día comenzó a refrescar, el hombre y la mujer oyeron que Dios el SEÑOR andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse entre los árboles para que Dios no los viera. Pero Dios el SEÑOR llamó al hombre y dijo: —¿Dónde estás? El hombre contestó: —Escuché que andabas por el jardín y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí.
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