No cumplieron el pacto de Dios y se negaron a vivir según sus enseñanzas. Se olvidaron de lo que él había hecho, de las grandes maravillas que les había mostrado, de los milagros que hizo para sus antepasados en la llanura de Zoán, en la tierra de Egipto. Partió en dos el mar y los guio a cruzarlo ¡mientras sostenía las aguas como si fueran una pared! Durante el día los guiaba con una nube, y toda la noche, con una columna de fuego. Partió las rocas en el desierto para darles agua como de un manantial burbujeante. Hizo que de la roca brotaran corrientes de agua, ¡y que el agua fluyera como un río! Sin embargo, ellos siguieron pecando contra él, al rebelarse contra el Altísimo en el desierto. Tercamente pusieron a prueba a Dios en sus corazones, al exigirle la comida que tanto ansiaban. Hasta hablaron en contra de Dios al decir: «Dios no puede darnos comida en el desierto. Por cierto, puede golpear una roca para que brote agua, pero no puede darle pan y carne a su pueblo». Cuando el SEÑOR los oyó, se puso furioso; el fuego de su ira se encendió contra Jacob. Sí, su enojo aumentó contra Israel, porque no le creyeron a Dios ni confiaron en su cuidado.
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