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Lucas 5:4-33

Lucas 5:4-33 NTV

Cuando terminó de hablar, le dijo a Simón: —Ahora ve a las aguas más profundas y echa tus redes para pescar. —Maestro —respondió Simón—, hemos trabajado mucho durante toda la noche y no hemos pescado nada; pero si tú lo dices, echaré las redes nuevamente. Y esta vez las redes se llenaron de tantos peces ¡que comenzaron a romperse! Un grito de auxilio atrajo a los compañeros de la otra barca, y pronto las dos barcas estaban llenas de peces y a punto de hundirse. Cuando Simón Pedro se dio cuenta de lo que había sucedido, cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: —Señor, por favor, aléjate de mí; soy un hombre tan pecador. Pues estaba muy asombrado por la cantidad de peces que habían sacado, al igual que los otros que estaban con él. Sus compañeros, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, también estaban asombrados. Jesús respondió a Simón: —¡No tengas miedo! ¡De ahora en adelante, pescarás personas! Y, en cuanto llegaron a tierra firme, dejaron todo y siguieron a Jesús. En una de las aldeas, Jesús conoció a un hombre que tenía una lepra muy avanzada. Cuando el hombre vio a Jesús, se inclinó rostro en tierra y le suplicó que lo sanara. —¡Señor! —le dijo—, ¡si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio! Jesús extendió la mano y lo tocó: —Sí quiero —dijo—. ¡Queda sano! Al instante, la lepra desapareció. Entonces Jesús le dio instrucciones de que no dijera a nadie lo que había sucedido. Le dijo: «Preséntate ante el sacerdote y deja que te examine. Lleva contigo la ofrenda que exige la ley de Moisés a los que son sanados de lepra. Esto será un testimonio público de que has quedado limpio». Sin embargo, a pesar de las instrucciones de Jesús, la noticia de su poder corrió aún más, y grandes multitudes llegaron para escucharlo predicar y ser sanados de sus enfermedades. Así que Jesús muchas veces se alejaba al desierto para orar. Cierto día, mientras Jesús enseñaba, algunos fariseos y maestros de la ley religiosa estaban sentados cerca. (Al parecer, esos hombres habían llegado de todas las aldeas de Galilea y Judea, y también de Jerusalén). Y el poder sanador del Señor estaba presente con fuerza en Jesús. Unos hombres llegaron cargando a un paralítico en una camilla. Trataron de llevarlo dentro a donde estaba Jesús, pero no pudieron acercarse a él debido a la multitud. Entonces subieron al techo y quitaron algunas tejas. Luego bajaron al enfermo en su camilla hasta ponerlo en medio de la multitud, justo frente a Jesús. Al ver la fe de ellos, Jesús le dijo al hombre: «Joven, tus pecados son perdonados». Entonces los fariseos y los maestros de la ley religiosa decían para sí: «¿Quién se cree que es? ¡Es una blasfemia! ¡Solo Dios puede perdonar pecados!». Jesús supo lo que pensaban, así que les preguntó: «¿Por qué cuestionan eso en su corazón? ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados son perdonados” o “Ponte de pie y camina”? Así que les demostraré que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados». Entonces Jesús miró al paralítico y dijo: «¡Ponte de pie, toma tu camilla y vete a tu casa!». Al instante, delante de todos, el hombre se levantó de un salto, tomó su camilla y se fue a su casa alabando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y quedaron pasmados. Y alababan a Dios exclamando: «¡Hoy hemos visto cosas maravillosas!». Tiempo después, al salir de la ciudad, Jesús vio a un cobrador de impuestos llamado Leví sentado en su cabina de cobrador. «Sígueme y sé mi discípulo», le dijo Jesús. Entonces Leví se levantó, dejó todo y lo siguió. Más tarde, Leví dio un banquete en su casa, con Jesús como invitado de honor. Muchos de los cobradores de impuestos, compañeros de Leví, y otros invitados comieron con ellos. Así que los fariseos y los maestros de la ley religiosa les reclamaron severamente a los discípulos de Jesús diciéndoles: «¿Por qué comen y beben con semejante escoria?». Jesús les contestó: «La gente sana no necesita médico, los enfermos sí. No he venido a llamar a los que se creen justos, sino a los que saben que son pecadores y necesitan arrepentirse». Cierto día, algunas personas le dijeron a Jesús: —Los discípulos de Juan el Bautista ayunan y oran con frecuencia, igual que los discípulos de los fariseos. ¿Por qué tus discípulos están siempre comiendo y bebiendo?