Digan a las naciones de todas partes:
«¡Prepárense para la guerra!
Llamen a sus mejores hombres de guerra.
Que todos sus combatientes avancen para el ataque.
Forjen las rejas de arado y conviértanlas en espadas,
y sus herramientas para podar, en lanzas.
Entrenen aun a los más débiles para que sean guerreros.
Vengan pronto, naciones de todas partes.
Reúnanse en el valle».
¡Y ahora, oh SEÑOR, llama a tus guerreros!
«Que las naciones se movilicen para la guerra.
Que marchen hacia el valle de Josafat.
Allí, yo, el SEÑOR, me sentaré
para pronunciar juicio contra todas ellas.
Den rienda suelta a la hoz,
porque la cosecha está madura.
Vengan, pisen las uvas,
porque el lagar está lleno.
Los barriles rebosan
con la perversidad de esas naciones».
Miles y miles esperan en el valle de la decisión.
Es allí donde llegará el día del SEÑOR.
El sol y la luna se oscurecerán
y las estrellas dejarán de brillar.
La voz del SEÑOR pronto rugirá desde Sion
y tronará desde Jerusalén,
y los cielos y la tierra temblarán;
pero el SEÑOR será un refugio para su pueblo,
una fortaleza firme para el pueblo de Israel.
«Entonces ustedes sabrán que yo, el SEÑOR su Dios,
habito en Sion, mi monte santo.
Jerusalén será santa para siempre,
y los ejércitos extranjeros nunca más volverán a conquistarla.
En aquel día las montañas destilarán vino dulce,
y de los montes fluirá leche.
El agua llenará los arroyos de Judá,
y del templo del SEÑOR brotará una fuente
que regará el árido valle de las acacias.
Sin embargo, Egipto se convertirá en tierra baldía,
y Edom, en un desierto
porque atacaron al pueblo de Judá
y mataron a gente inocente en la tierra de ellos.
»Judá, en cambio, se llenará de gente para siempre
y Jerusalén perdurará a través de todas las generaciones.
Perdonaré los crímenes de mi pueblo
que todavía no he perdonado;
y yo, el SEÑOR, haré mi hogar
en Jerusalén con mi pueblo».