Después de recibir la carta de mano de los mensajeros y de leerla, Ezequías subió al templo del SEÑOR y desplegó la carta ante el SEÑOR. En presencia del SEÑOR, el rey hizo la siguiente oración: «¡Oh SEÑOR de los Ejércitos Celestiales, Dios de Israel, tú estás entronizado entre los poderosos querubines! Solo tú eres el Dios de todos los reinos de la tierra. Solo tú creaste los cielos y la tierra. ¡Inclínate, oh SEÑOR, y escucha! ¡Abre tus ojos, oh SEÑOR, y mira! Escucha las palabras desafiantes de Senaquerib contra el Dios viviente. »Es cierto, SEÑOR, que los reyes de Asiria han destruido a todas esas naciones. Han arrojado al fuego los dioses de esas naciones y los han quemado. ¡Por supuesto que los asirios pudieron destruirlos, pues no eran dioses en absoluto! Eran solo ídolos de madera y de piedra, formados por manos humanas. Ahora, oh SEÑOR nuestro Dios, rescátanos de su poder; así todos los reinos de la tierra sabrán que solo tú, oh SEÑOR, eres Dios».
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