»Asegúrate de obedecer todos los mandatos que te entrego hoy. Entonces vivirás y te multiplicarás, y entrarás en la tierra que el SEÑOR juró dar a tus antepasados y la poseerás. Recuerda cómo el SEÑOR tu Dios te guio por el desierto durante cuarenta años, donde te humilló y te puso a prueba para revelar tu carácter y averiguar si en verdad obedecerías sus mandatos. Sí, te humilló permitiendo que pasaras hambre y luego alimentándote con maná, un alimento que ni tú ni tus antepasados conocían hasta ese momento. Lo hizo para enseñarte que la gente no vive solo de pan, sino que vivimos de cada palabra que sale de la boca del SEÑOR. En todos esos cuarenta años, la ropa que llevabas puesta no se gastó, y tus pies no se ampollaron ni se hincharon. Ten por cierto que, así como un padre disciplina a su hijo, el SEÑOR tu Dios te disciplina para tu propio bien. »Por lo tanto, obedece los mandatos del SEÑOR tu Dios andando en sus caminos y temiéndolo. Pues el SEÑOR tu Dios te lleva a una buena tierra, con arroyos y lagunas, con fuentes de agua y manantiales que brotan a chorros de los valles y las colinas. Es una tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granadas, de aceite de oliva y miel. Es una tierra donde abunda el alimento y no falta nada. Es una tierra donde el hierro es tan común como las piedras y donde el cobre abunda en las colinas.
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