»Ama al SEÑOR tu Dios y obedece siempre sus requisitos, decretos, ordenanzas y mandatos. Ten en cuenta que no dirijo estas palabras a tus hijos, los cuales nunca conocieron la disciplina del SEÑOR tu Dios, ni vieron su grandeza, ni su mano fuerte, ni su brazo poderoso. Ellos no vieron las señales milagrosas, ni las maravillas que hizo en Egipto contra el faraón y toda su tierra. No vieron lo que el SEÑOR les hizo a los ejércitos de Egipto, a sus caballos y a sus carros de guerra; ni cómo los ahogó en el mar Rojo mientras te perseguían. ¡Los destruyó y, hasta el día de hoy, no se han recuperado! »Tus hijos no vieron cómo el SEÑOR te cuidó en el desierto hasta que llegaste aquí. No vieron lo que les hizo a Datán y a Abiram (los hijos de Eliab, un descendiente de Rubén) cuando la tierra se abrió en el campamento israelita y se los tragó vivos junto con los miembros de sus familias, sus carpas y todo ser viviente que les pertenecía.
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