Los trompetistas y los cantores se unieron para alabar y dar gracias al SEÑOR. Al son de trompetas, címbalos y otros instrumentos, elevaron sus voces y alabaron al SEÑOR con las siguientes palabras:
«¡Él es bueno!
¡Su fiel amor perdura para siempre!».
En ese momento una densa nube llenó el templo del SEÑOR. Los sacerdotes no pudieron seguir con la celebración a causa de la nube, porque la gloriosa presencia del SEÑOR llenaba el templo de Dios.