Cerrando El Libro De La VenganzaMuestra

Naamán el leproso

Naamán fue un hombre exitoso a más no poder, tenido en alta estima por los líderes de su nación, ganador de incontables batallas, valeroso en extremo. Pero también leproso.

A pesar de todo lo que podía tener o lograr, el sufrimiento que experimentaba al llegar a casa era indescriptible. El dolor al retirarse la ropa junto con trozos de su piel, los múltiples sufrimientos por causa de la enfermedad y la vergüenza por tener que esconderse de la gente. Pero todo eso era nada comparado con lo mucho que extrañaba un beso de su esposa o un abrazo de sus hijos. Contacto humano, contacto que no conocía desde hacía mucho tiempo.

Cierto día, una de sus siervas, hebrea de nacimiento, le habló acerca de un Dios de misericordia y poder, que podía sanarle según su voluntad, así que Naamán se humilló delante del Dios hebreo, obedeció al profeta, y Dios lo sanó.

Una hermosa historia, si pasamos por alto un detalle. Naamán fue el general del ejército de Siria, enemigos crueles del pueblo de Israel.

Una cosa es hacer de una viuda una figura con la cual podamos simpatizar en una narración judía, pero otra muy diferente es contar una historia de bondad para con el general sirio. Para comprenderlo imagina una historia en la que Dios sana al enemigo público número uno de tu nación.

¿Cómo te hace sentir esta historia? ¿Por qué?

La historia de la viuda de Sarepta y la de Naamán están conectadas con uno de los pasajes más intrigantes del Nuevo Testamento. En mi historia central veremos a Jesús siendo recibido como el héroe nacional y aclamado por una multitud maravillada, casi al borde de las lágrimas, y minutos después… persiguiéndolo para matarlo. La pregunta es, ¿qué rayos pasó?