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DÍA 1 DE 3

La confianza que inmuniza

Hace muchos años, cuando nos mudamos con mi familia a vivir a la ciudad de Miami, conocí un amigo que de alguna manera me inició en el mundo de los barcos. Yo no sabía nada del tema y recuerdo que salí a navegar en un pequeño velero por la bahía, donde se puede ver el fondo del mar allí, a menos de 2 metros. 

Cada detalle del fondo está a la vista, piedras, moluscos, algún que otro pedazo de caracol y algún pez que pasa velozmente. Pero mi mayor descubrimiento fue que al detenernos, cuando este muchacho soltó el ancla, pude verla caer pesadamente al fondo hasta depositarse sobre la arena, y no se clavó en el fondo del mar como estaba esperando que lo hiciera. Ni siquiera se hundió parcialmente en la arena. Solo se apoyó y pude verla como descansando suavemente en el fondo del mar.

Le dije: 

—Puedo ver el ancla, ¡y no está firme! No se ha agarrado al fondo y nos quedaremos a la deriva.

—Está bien así —respondió mientras se asomaba por la proa intentando él también ver el ancla—. Se va a queda así, solo apoyada hasta que por la marea o los vientos nosotros empecemos a movernos hacia algún lado. Entonces comenzará a enterrarse en la arena. Cuanto más tiremos nosotros de la soga que nos sujeta al ancla, más se enterrará en la arena, manteniéndonos firmes.

Era tarde y ya empezaba a oscurecer, y recordé el pasaje de Hebreos 6:18-19

«Por lo tanto, los que hemos acudido a Él (a Dios) en busca de refugio podemos estar bien confiados aferrándonos a la esperanza que está delante de nosotros. Esta esperanza es un ancla firme y confiable para el alma». 

«Qué lindo», pensé.

Pero llegó la noche, porque la noche siempre llega.

Y desapareció absolutamente cualquier punto de referencia que me permitiera ubicarme en el mar. Ya no se veía la costa, ni nada en el horizonte. Estábamos, simplemente flotando. Y una sensación extraña recorría mi estómago. No eran náuseas por el movimiento; era «desconfianza» al recordar que dependíamos de esa pequeña ancla y sin saber si estaba lo suficientemente firme como para evitar que terminásemos al amanecer perdidos en medio del océano. Era una pequeña espina de duda clavada en mi mente que no me dejaba disfrutar el momento, pensando en el futuro.

—¿Cómo puedes confiar en que el ancla está firme y nos sostendrá en medio de la noche? —le dije. 

—Porque es un ancla —me respondió—. Y está diseñada para mantenernos firmes en el sitio. 

Si estuviéramos atados a otro barco me preocuparía, porque los barcos fueron diseñados para flotar libremente. Si estuviéramos atados a una boya, también me preocuparía. Pero las anclas son distintas. 

—Confío en el ancla —agregó—, porque muchas veces he estado en el medio del mar, sin referencias, en medio de fuertes corrientes y hasta en medio de temporales, y el ancla nunca se salió de donde estaba sujeta dejándome a la deriva. Cada vez que los vientos fuertes arremetieron contra mi barco —continuó diciendo—, esa pequeña ancla que tú veías hoy cuando aún era de día, solo apoyada en el fondo, se hundió y se aferró más. Puedes confiar en que el ancla estará firme cuando la necesitemos. Siempre ha estado firme antes. ¿Por qué no iba a estarlo hoy? Para eso fue fabricada. 

Hermano, hermana, así son las promesas del Señor Jesús. Son anclas firmes que cuanto más las necesitamos más se entierran para sostenernos. Y cuando es de noche, y no tenemos referencias, la confianza se basa en el pasado: sí, en el pasado.

Decía el rey David en el Salmo 27: «Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?

Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?

Cuando se juntaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis enemigos, para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron.

Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado.» 

«¿De quién temeré?» decía, «cuando "en el pasado" se juntaron contra mí para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron.»

El Dios que te libró antes, lo hará ahora y lo hará mañana. 

El Dios que te sostuvo antes es el mismo, y ahora también te sostendrá. 

La buena memoria de las veces que nuestro Dios nos ayudó nos sostendrá, sabiendo que Aquel que nos ayudó ayer lo hará hoy. Por lo tanto confía, recuerda y no temas.

Carlos Barbieri

Día 2

Acerca de este Plan

El antivirus

Un virus miles de veces más pequeño que la cabeza de un alfiler nos está enseñando a valorar la familia, a recuperar ese abrazo seguro entre padres, hijos y hermanos que hace tiempo venimos ignorando. Nos está enseñando a poner los valores de la vida en perspectiva. Por eso he preparado este plan devocional de tres días para que reveamos juntos las prioridades de nuestra vida. Acompáñame en estos días.

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Nos gustaría agradecer a Panorama Bíblico por proporcionar este plan. Para mayor información por favor visite: https://panoramabiblico.org/