La vida sobrenaturalMuestra

Nuestros cuerpos como un espacio sagrado

Las cosas cambiaron en el Nuevo Testamento, pero también permanecieron igual. Dios es todavía otro. Su santidad requiere que seamos purificados para entrar en Su presencia. Eso se logra creyendo en lo que Jesús hizo en la cruz.

Todo lo que Él hizo por nosotros tenía matices sobrenaturales. Salió al desierto, donde esperaríamos encontrar las fuerzas del mal, y venció la tentación de Satanás. Esto fue seguido por el comienzo de Su ministerio, que culminó con la victoria sobre el diablo, quien “tiene el poder de la muerte” (Hebreos 2:14). Jesús fue crucificado fuera de la ciudad santa (Hebreos 13:12). Estaba impuro porque nuestros pecados estaban sobre Él, y Jerusalén era tierra santa.

Su muerte y resurrección nos santifican, nos hacen aptos para la presencia de Dios. Nuestros pecados fueron “quitados” (Romanos 11:27; 1 Juan 3:5). Aunque somos pecadores impuros, somos santos si estamos en Cristo. Aunque somos imperfectos, nuestras imperfecciones se pasan por alto gracias a Jesús. Es así de simple, pero así de profundo.

Tendemos a pensar que los israelitas eran más privilegiados espiritualmente que nosotros. Después de todo, tenían la presencia de Dios justo en medio de ellos. Vivían en un mundo donde la geografía cósmica sobrenatural era real. Tendemos a pensar que seríamos más espirituales, más sintonizados con Dios, si tan solo tuviéramos lo que ellos tienen, si solo esos recordatorios continuos de Dios fueran nuestra realidad.

El Nuevo Testamento dice que lo son.

No necesitamos un tabernáculo o un templo para marcar el espacio sagrado. Nuestros cuerpos lo son. Pablo llama a nuestros cuerpos terrenales una “tienda” (2 Corintios 5:4) porque estamos habitados por la misma presencia divina que llenó el Lugar Santísimo en el tabernáculo y el templo (Romanos 8:9–11). Eventualmente, nuestro cuerpo, el hogar terrenal de nuestro espíritu, morirá, solo para ser reemplazado por una “casa no hecha de manos” (2 Corintios 5:1–3), una morada celestial: el nuevo Edén, el regreso del cielo a la tierra ( Apocalipsis 22:1–3).

Puesto que Dios mora en los creyentes hoy a través de Su Espíritu, cada iglesia, cada reunión de creyentes, es tierra santa. Esta es la razón por la que Pablo, cuando tristemente les dice a los corintios que expulsen a un cristiano impenitente que vivía en pecado, les instruye que “entreguen a este hombre a Satanás” (1 Corintios 5:5). La iglesia era tierra santa. Fuera de la comunión de los creyentes estaba el dominio de Satanás. Ahí era donde pertenecía el pecado y su autodestrucción.

Es hora de que nos miremos a través de ojos sobrenaturales. Eres un hijo de Dios, apto para el espacio sagrado, no por lo que haces o dejas de hacer, sino porque estás en Cristo, adoptado por Dios (Romanos 8:15; Gálatas 4:5). Has sido extraído del reino de la oscuridad y "transferido". . . al reino de Su amado Hijo” (Colosenses 1:13).

Nunca, ni por un momento, debemos olvidar quiénes somos en Cristo, y lo que eso significa para el mundo.