JUECES 11:29-40
JUECES 11:29-40 Reina Valera 2020 (RV2020)
Entonces el espíritu del Señor vino sobre Jefté, y este recorrió Galaad y Manasés. De allí pasó a Mizpa de Galaad, y de Mizpa de Galaad pasó a los hijos de Amón. Entonces Jefté hizo voto al Señor: —Si entregas a los amonitas en mis manos, cualquiera que salga de las puertas de mi casa a recibirme cuando yo regrese victorioso de los amonitas, será del Señor y lo ofreceré en holocausto. Jefté fue a pelear contra los hijos de Amón, y el Señor los entregó en sus manos, los derrotó por completo, desde Aroer y hasta llegar a Minit conquistó veinte ciudades, y hasta la Vega de las viñas. Así fueron sometidos los amonitas por los hijos de Israel. Cuando volvió Jefté a Mizpa, a su casa, su hija salió a recibirlo con panderos y danzas. Ella era su única hija; no tenía ningún otro hijo o hija. Cuando él la vio, rasgó sus vestidos, y dijo: —¡Ay, hija mía!, en verdad que me has afligido, y tú misma has venido a ser causa de mi dolor, porque le he dado mi palabra al Señor y no podré retractarme. Ella entonces le respondió: —Padre mío, si le has dado tu palabra al Señor, haz conmigo conforme a lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos, los hijos de Amón. Y añadió: —Concédeme esto: déjame que por dos meses vaya y descienda por los montes a llorar mi virginidad junto con mis compañeras. Jefté le respondió: —Ve. La dejó por dos meses. Fue con sus compañeras y lloró su virginidad por los montes. Pasados los dos meses volvió a su padre, quien cumplió el voto que había hecho. La hija de Jefté nunca mantuvo relaciones íntimas con un hombre. Por eso es costumbre en Israel que todos los años vayan las doncellas de Israel a llorar a la hija de Jefté, el galaadita, durante cuatro días.
JUECES 11:29-40 La Palabra (versión española) (BLP)
El espíritu del Señor se apoderó de Jefté, que recorrió Galaad y Manasés, llegó a Mispá de Galaad y desde Mispá de Galaad se adentró en el territorio de los amonitas. Y Jefté hizo un voto al Señor: —Si entregas en mis manos a los amonitas, el primero que salga a mi encuentro por las puertas de mi casa cuando regrese después de haber vencido a los amonitas, lo consagraré al Señor y lo ofreceré en holocausto. Jefté se adentró en territorio amonita para atacarlos, y el Señor se los entregó. Los persiguió desde Aroer hasta cerca de Minit (veinte poblados) y hasta Abel Queramín. La derrota fue total y los amonitas quedaron sometidos a los israelitas. Cuando Jefté volvía a su casa de Mispá, su hija le salió al encuentro bailando al son de las panderetas. Era su única hija; no tenía otros hijos ni otras hijas. Al verla, rasgó sus vestiduras y gritó: —¡Ay, hija mía, me has destrozado! ¿Por qué has de ser tú la causa de mi desgracia? Me comprometí ante el Señor y no puedo volverme atrás. Ella le respondió: —Padre mío, puesto que te has comprometido ante el Señor, haz conmigo lo que prometiste, ya que el Señor te ha concedido vengarte de tus enemigos, los amonitas. Después dijo a su padre: —Solo te pido que me concedas esta gracia: déjame vagar dos meses por los montes y llorar mi virginidad con mis compañeras. Su padre le dijo: —Vete. Y la dejó marchar por el tiempo de dos meses. Ella se fue con sus compañeras y anduvo por los montes llorando su virginidad. Al cabo de los dos meses, volvió a casa de su padre y él cumplió con ella el voto que había hecho. La joven no había tenido relaciones con varón. Y se hizo costumbre en Israel que las jóvenes israelitas se lamentasen todos los años durante cuatro días por la hija de Jefté, el galaadita.
JUECES 11:29-40 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Entonces el espíritu del Señor vino sobre Jefté, y este recorrió Galaad y Manasés, pasando por Mispá de Galaad, para invadir el territorio de los amonitas. Y Jefté le hizo esta promesa al Señor: “Si me das la victoria sobre los amonitas, yo te ofreceré en holocausto a quien primero salga de mi casa a recibirme cuando yo regrese de la batalla.” Jefté invadió el territorio de los amonitas, los atacó y el Señor le dio la victoria. Mató Jefté a muchos enemigos, y conquistó veinte ciudades entre Aroer, Minit y Abel-queramim. De este modo los israelitas dominaron a los amonitas. Cuando Jefté volvió a su casa en Mispá, la única hija que tenía salió a recibirle bailando y tocando panderetas. Aparte de ella no tenía otros hijos, así que, al verla, se rasgó la ropa en señal de desesperación y le dijo: –¡Ay, hija mía, qué gran dolor me causas! ¡Y eres tú misma el motivo de mi desgracia, pues he hecho una promesa al Señor y ahora tengo que cumplirla! Ella le respondió: –Padre mío, haz conmigo lo que prometiste al Señor, ya que él ha cumplido su parte al darte la victoria sobre tus enemigos los amonitas. Te ruego, sin embargo, que me concedas dos meses para andar por los montes, con mis amigas, llorando por tener que morir sin haberme casado. Jefté le concedió los dos meses, y durante ese tiempo anduvo ella por los montes, con sus amigas, llorando porque iba a morir sin haberse casado. Después de ese tiempo volvió a donde estaba su padre, y él cumplió la promesa que había hecho al Señor. La hija de Jefté murió sin haber tenido relaciones sexuales con ningún hombre. Por eso es costumbre entre los israelitas que todos los años las jóvenes vayan a llorar a la hija de Jefté durante cuatro días.
JUECES 11:29-40 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Entonces Jefté, poseído por el Espíritu del SEÑOR, recorrió Galaad y Manasés, pasó por Mizpa de Galaad, y desde allí avanzó contra los amonitas. Y Jefté le hizo un juramento solemne al SEÑOR: «Si verdaderamente entregas a los amonitas en mis manos, quien salga primero de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva de haber vencido a los amonitas, será del SEÑOR y lo ofreceré en holocausto». Jefté cruzó el río para luchar contra los amonitas, y el SEÑOR los entregó en sus manos. Derrotó veinte ciudades, desde Aroer hasta las inmediaciones de Minit, y hasta Abel Queramín. La derrota fue muy grande; así los amonitas quedaron sometidos a los israelitas. Cuando Jefté volvió a su hogar en Mizpa, salió a recibirlo su hija, bailando al son de las panderetas. Ella era hija única, pues Jefté no tenía otros hijos. Cuando Jefté la vio, se rasgó las vestiduras y exclamó: ―¡Ay, hija mía, me has destrozado por completo! ¡Eres la causa de mi desgracia! Le juré algo al SEÑOR, y no puedo retractarme. ―Padre mío —replicó ella—, le has dado tu palabra al SEÑOR. Haz conmigo conforme a tu juramento, ya que el SEÑOR te ha vengado de tus enemigos, los amonitas. Pero concédeme esta sola petición —añadió—. Ya que nunca me casaré, dame un plazo de dos meses para retirarme a las montañas y llorar allí con mis amigas. ―Está bien, puedes ir —le respondió él. Y le permitió irse por dos meses. Ella y sus amigas se fueron a las montañas, y lloró porque nunca se casaría. Cumplidos los dos meses volvió a su padre, y él hizo con ella conforme a su juramento. Ella era virgen. De allí se originó la costumbre israelita de que todos los años, durante cuatro días, las muchachas de Israel fueran a conmemorar la muerte de la hija de Jefté de Galaad.