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EZEQUIEL 10:1-22

EZEQUIEL 10:1-22 Reina Valera 2020 (RV2020)

Miré, y vi que sobre la bóveda que estaba encima de la cabeza de los querubines había como una piedra de zafiro, que tenía el aspecto de un trono que apareció sobre ellos. Dijo al personaje vestido de lino: —Entra en medio de las ruedas que están debajo de los querubines, llena tus manos de carbones encendidos de entre los querubines y espárcelos sobre la ciudad. Y lo vi meterse entre las ruedas. Los querubines estaban a la mano derecha del templo cuando aquel hombre entró; y la nube llenaba el atrio interior. Entonces, la gloria del Señor se elevó de encima del querubín hacia el umbral de la puerta; el templo se llenó de la nube y el atrio se impregnó del resplandor de la gloria del Señor. Y el estruendo de las alas de los querubines se oía hasta el atrio exterior, como la voz del Dios omnipotente cuando habla. Aconteció, pues, que al mandar al personaje vestido de lino: «Toma fuego de entre las ruedas, de entre los querubines», él entró y se detuvo entre las ruedas. Un querubín extendió su mano de en medio de los querubines al fuego que estaba entre ellos, y tomó de él y lo puso en las manos del que estaba vestido de lino, el cual lo tomó y salió. Y apareció en los querubines la figura de una mano de hombre debajo de sus alas. Miré, y vi cuatro ruedas junto a los querubines, una junto a cada querubín; y el aspecto de las ruedas era como de crisólito. En cuanto a su apariencia, las cuatro eran de una misma estructura, como si una rueda estuviera dentro de otra. Cuando andaban, se dirigían hacia los cuatro frentes; no se volvían cuando marchaban, sino que al lugar adonde se dirigía la primera, hacia allá iban las demás; no se daban la vuelta cuando andaban. Todo su cuerpo, sus espaldas, sus manos, sus alas y las ruedas, todo estaba lleno de ojos alrededor de sus cuatro ruedas. Oí cómo se les gritaba a las ruedas: «¡Rueda!». Cada uno tenía cuatro caras: la primera era un rostro de querubín; la segunda, de hombre; la tercera, de león, y la cuarta, de águila. Se elevaron los querubines; este es el ser viviente que vi en el río Quebar. Cuando andaban los querubines, andaban las ruedas junto a ellos; y cuando los querubines alzaban sus alas para elevarse de la tierra, las ruedas no se separaban de ellos. Cuando se detenían ellos, ellas se detenían, y cuando ellos se elevaban, se elevaban con ellos; porque el espíritu de los seres vivientes estaba en ellas. Entonces, la gloria del Señor se elevó por encima del umbral del templo, y se puso sobre los querubines. Y alzaron los querubines sus alas y se elevaron de la tierra ante mis ojos. Cuando ellos salieron, también las ruedas se elevaron al lado de ellos, y se detuvieron a la entrada de la puerta oriental de la casa del Señor; y la gloria del Dios de Israel estaba por encima, sobre ellos. Estos eran los mismos seres vivientes que vi debajo del Dios de Israel junto al río Quebar, y me di cuenta de que eran querubines. Cada uno tenía cuatro caras y cada uno cuatro alas, y figuras de manos humanas debajo de sus alas. La semejanza de sus rostros era la de los rostros que vi junto al río Quebar, su misma apariencia y su ser; cada uno caminaba derecho hacia adelante.

EZEQUIEL 10:1-22 La Palabra (versión española) (BLP)

Me fijé entonces y vi sobre la plataforma que se alza sobre las cabezas de los querubines una especie de zafiro, algo así como un trono, que destacaba sobre ellos. Y [el Señor] dijo al hombre con ropa de lino: —Métete entre las ruedas que hay debajo de los querubines y toma un puñado de brasas de debajo de los querubines. Después las esparces por la ciudad. Y entró estando yo allí. Cuando entró el hombre, los querubines estaban en la parte derecha del Templo, y la nube llenaba el atrio interior. La gloria del Señor se elevó sobre los querubines y se dirigió al umbral del Templo. El Templo se llenó de la nube y el atrio se inundó del resplandor de la gloria del Señor. El ruido del batir de alas de los querubines se oía en el atrio exterior; parecía el ruido de la voz del Todopoderoso. Cuando ordenó al hombre con ropa de lino que tomara el fuego que había debajo del carro (debajo de los querubines), este se puso junto a la rueda. Uno de los querubines alargó su mano hacia el fuego que había en medio de ellos, lo tomó y lo puso en las manos del hombre con ropa de lino. Este lo tomó y salió. Entonces apareció una especie de mano humana debajo de las alas de los querubines. Me fijé y vi cuatro ruedas junto a los querubines, una al lado de cada uno. Parecía que las ruedas brillaban como el crisólito. Las cuatro tenían el mismo aspecto, como si una rueda estuviese dentro de la otra. Cuando se movían, avanzaban en las cuatro direcciones. No giraban al avanzar, pues seguían la dirección en la que estaban orientadas, sin tener necesidad de girar para avanzar. Su cuerpo, espalda, manos y alas (lo mismo que las ruedas) estaban rodeados de destellos. Pude oír que a las ruedas se les daba el nombre de «galgal». Cada uno tenía cuatro caras: la primera de querubín, la segunda de hombre, la tercera de león y la cuarta de águila. Los querubines se levantaron: era el ser viviente que yo había visto a orillas del río Quebar. Cuando los querubines andaban, avanzaban las ruedas junto a ellos. Y cuando desplegaban sus alas para elevarse sobre la tierra, tampoco las ruedas se desviaban de su lado. Cuando ellos se paraban, se paraban ellas; y cuando ellos se elevaban, se elevaban ellas también, pues el espíritu del ser viviente estaba en ellas. La gloria del Señor salió por el umbral del Templo y se posó sobre los querubines. Estos desplegaron sus alas y vi cómo se elevaban sobre la tierra, y las ruedas seguían junto a ellos. Se detuvieron a la entrada de la puerta oriental del Templo del Señor, mientras la gloria del Dios de Israel seguía encima de ellos. Era el ser viviente que había visto debajo del Dios de Israel a orillas del río Quebar; y supe que eran querubines. Cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas, y las manos que les salían debajo de las alas parecían humanas. Sus rostros eran como los que yo había visto a orillas del río Quebar. Todos caminaban de frente.

EZEQUIEL 10:1-22 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)

Luego vi que, por encima de la bóveda que estaba sobre las cabezas de los seres alados, apareció algo como un trono que parecía de zafiro. Y el Señor dijo al hombre vestido de lino: “Métete entre las ruedas del carro, debajo de los seres alados, y toma un puñado de brasas encendidas, de esas que están en medio de los seres alados, y espárcelas sobre la ciudad.” Y vi cómo el hombre se metió. En aquel momento los seres alados estaban al sur del templo, y una nube llenaba el atrio interior. Entonces la gloria del Señor se elevó de encima de los seres alados y se dirigió a la entrada del templo; la nube llenó el templo, y el atrio se iluminó con el resplandor de la gloria del Señor. El ruido que hacían las alas de los seres alados se oía hasta en el atrio exterior. Era como si el Dios todopoderoso estuviera hablando. Entonces el Señor ordenó al hombre vestido de lino que tomara fuego de entre las ruedas del carro, de en medio de los seres alados. El hombre fue y se puso junto a una de las ruedas. Debajo de las alas de los seres alados se veía algo como una mano de hombre. Uno de ellos extendió la mano hacia el fuego que estaba en medio, y tomando un poco lo puso en las manos del hombre vestido de lino, que lo tomó y se fue. Junto a los seres alados vi cuatro ruedas, una junto a cada uno de ellos. Las ruedas brillaban como si fueran de topacio. Las cuatro ruedas eran iguales y parecían estar una dentro de la otra. Cuando los seres alados avanzaban en una de las cuatro direcciones, no tenían que volverse, sino que avanzaban en la dirección en que iba el de delante. Su cuerpo, sus espaldas, sus manos y sus alas estaban llenos de reflejos por todas partes, lo mismo que las cuatro ruedas. Yo mismo oí que a las ruedas también les daban el nombre de “carro”. Cada ser alado tenía cuatro caras: la primera cara era de toro; la segunda, de hombre; la tercera, de león; la cuarta, de águila. Estos seres son los mismos que yo había visto junto al río Quebar. Los seres alados se levantaron, y cuando ellos avanzaban, también avanzaban las ruedas; y cuando alzaban las alas para levantarse del suelo, las ruedas no se apartaban de su lado; cuando se detenían, se detenían también las ruedas; y cuando se levantaban, se levantaban también las ruedas, porque las ruedas eran parte viva de ellos. Entonces la gloria del Señor se elevó de encima del templo y se colocó sobre los seres alados. Estos alzaron las alas y se levantaron del suelo. Yo vi cómo se levantaron, con las ruedas a su lado, y cómo se detuvieron en la puerta oriental del templo del Señor. La gloria del Dios de Israel estaba encima de ellos. Eran los mismos seres alados que yo había visto debajo del Dios de Israel, junto al río Quebar. Entonces me di cuenta de lo que eran. Cada uno de ellos tenía cuatro caras y cuatro alas, y debajo de las alas se veía algo parecido a manos de hombre. Las caras tenían la misma apariencia que las de los seres alados que yo había visto junto al río Quebar. Cada uno avanzaba de frente.

EZEQUIEL 10:1-22 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)

Después miré, y sobre la bóveda que estaba encima de la cabeza de los querubines vi una especie de piedra de zafiro que tenía la forma de un trono. Y el SEÑOR le dijo al hombre vestido de lino: «Métete entre las ruedas que están debajo de los querubines, toma un puñado de las brasas que están entre los querubines y espárcelas por toda la ciudad». Y el hombre se metió allí, mientras yo miraba. En el momento en que el hombre entró, los querubines estaban en la parte sur del templo y una nube llenaba el atrio interior. Entonces la gloria del SEÑOR, que estaba sobre los querubines, se elevó y se dirigió hacia el umbral del templo. La nube llenó el templo, y el atrio se llenó del resplandor de la gloria del SEÑOR. El ruido de las alas de los querubines llegaba hasta el atrio exterior, y era semejante a la voz del Dios Todopoderoso. El SEÑOR le ordenó al hombre vestido de lino: «Toma fuego de en medio de las ruedas que están entre los querubines». Así que el hombre fue y se paró entre las ruedas. Uno de los querubines extendió la mano, tomó el fuego que estaba entre ellos y lo puso en las manos del hombre vestido de lino, quien lo recibió y se fue. (Debajo de las alas de los querubines se veía algo semejante a la mano de un hombre). Me fijé, y al lado de los querubines vi cuatro ruedas, una junto a cada uno de ellos. Las ruedas tenían un aspecto brillante como el crisólito. Las cuatro ruedas se asemejaban, y parecía como si una rueda estuviera encajada en la otra. Al avanzar, podían hacerlo en las cuatro direcciones sin necesidad de volverse. Avanzaban en la dirección a que apuntaba la cabeza del querubín, y no tenían que volverse. Todo el cuerpo, la espalda, las manos y las alas de los querubines, al igual que las cuatro ruedas, estaban llenos de ojos. Alcancé a oír que a las ruedas se les llamaba «La Rueda». Cada uno de los querubines tenía cuatro caras: la primera, de querubín; la segunda, de hombre; la tercera, de león; y la cuarta, de águila. Los querubines, que eran los mismos seres que yo había visto junto al río Quebar, se elevaron. Cuando avanzaban, las ruedas a su lado hacían lo mismo; cuando desplegaban sus alas para levantarse del suelo, las ruedas no se apartaban de ellos; cuando se detenían, las ruedas hacían lo mismo; cuando se levantaban, las ruedas se levantaban también, porque el espíritu de esos seres vivientes estaba en las ruedas. La gloria del SEÑOR se elevó por encima del umbral del templo y se detuvo sobre los querubines. Y mientras yo miraba, los querubines desplegaron sus alas y se elevaron del suelo, y junto con las ruedas salieron y se detuvieron en la puerta oriental del templo del SEÑOR. La gloria del Dios de Israel estaba por encima de ellos. Eran los mismos seres vivientes que, estando yo junto al río Quebar, había visto debajo del Dios de Israel. Entonces me di cuenta de que eran querubines. Cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas, y bajo las alas tenían algo que se parecía a las manos de un hombre. Sus caras eran iguales a las que yo había visto junto al río Quebar. Cada uno de ellos caminaba de frente.