2 TIMOTEO 1:5-8
2 TIMOTEO 1:5-8 La Palabra (versión española) (BLP)
evocando tu sincera fe, esa fe que tuvieron primero tu abuela Loida y tu madre Eunice, y que no dudo tienes tú también! Por eso, te recuerdo el deber de reavivar el don que Dios te otorgó cuando impuse mis manos sobre ti. Porque no es un espíritu de cobardía el que Dios nos otorgó, sino de fortaleza, amor y dominio de nosotros mismos. Así que no te avergüences de dar la cara por nuestro Señor y por mí, su prisionero; al contrario, sostenido por el poder de Dios, sufre juntamente conmigo por la propagación del evangelio.
2 TIMOTEO 1:5-8 Reina Valera 2020 (RV2020)
pues me viene a la memoria la fe sincera que hay en ti, que habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy convencido de que también tú la tienes. Por eso te aconsejo que despiertes el don de Dios que está en ti, por la imposición de mis manos. Pues no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de buen juicio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, que estoy preso por él. Al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el evangelio con la fuerza que viene de Dios
2 TIMOTEO 1:5-8 Dios Habla Hoy Versión Española (DHHE)
Porque me acuerdo de la sinceridad de tu fe. Esa misma fe que antes tuvieron tu abuela Loida y tu madre Eunice, y estoy seguro de que tú también la tienes. Por eso te recomiendo que avives el fuego del don que Dios te concedió cuando te impuse las manos. Pues Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino un espíritu de poder, amor y buen juicio. No te avergüences, pues, de dar testimonio a favor de nuestro Señor, ni tampoco te avergüences de mí, preso por causa suya. Antes bien, con las fuerzas que Dios te da, acepta tu parte en los sufrimientos por causa del evangelio.
2 TIMOTEO 1:5-8 Nueva Versión Internacional - Castellano (NVI)
Traigo a la memoria tu fe sincera, la cual animó primero a tu abuela Loida y a tu madre Eunice, y ahora te anima a ti. De eso estoy convencido. Por eso te recomiendo que avives la llama del don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos. Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio. Así que no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni tampoco de mí, que por su causa estoy prisionero. Al contrario, tú también, con el poder de Dios, debes soportar sufrimientos por el evangelio.