ROMANOS 8:10-28
ROMANOS 8:10-28 DHHE
Pero si Cristo vive en vosotros, el espíritu vive porque Dios os ha hecho justos, aun cuando el cuerpo esté destinado a la muerte por causa del pecado. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a vuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en vosotros. Así pues, hermanos, tenemos un deber, que no es el de vivir conforme a los deseos de la débil condición humana. Porque si vivís conforme a esos deseos, moriréis; pero si los hacéis morir por medio del Espíritu, viviréis. Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud que os lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que os hace hijos de Dios. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo: “¡Abbá!, ¡Padre!” Este Espíritu es el mismo que se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y por ser sus hijos tendremos también parte en la herencia que Dios nos ha prometido, la cual compartiremos con Cristo, si en verdad sufrimos con él para después estar con él en su gloria. Considero que los sufrimientos del tiempo presente no son nada si los comparamos con la gloria que habremos de ver después. La creación espera con gran impaciencia el momento en que se manifieste que somos hijos de Dios. Porque la creación perdió toda su razón de ser, no por propia voluntad, sino por aquel que así lo dispuso; pero le quedaba siempre la esperanza de ser liberada de la esclavitud y la destrucción, para alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que hasta ahora la creación se queja y sufre como una mujer con dolores de parto. Y no solo sufre la creación, sino también nosotros que ya tenemos el Espíritu como anticipo de lo que hemos de recibir. Sufrimos intensamente esperando el momento en que Dios nos adopte como hijos, con lo cual serán liberados nuestros cuerpos. Y en esa esperanza hemos sido salvados. Ahora bien, si lo que se espera está ya a la vista, entonces no es esperanza, porque ¿a qué esperar lo que ya se está viendo? Pero si lo que esperamos es algo que aún no vemos, con constancia hemos de esperarlo. De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo ruega a Dios por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe qué quiere decir el Espíritu, porque el Espíritu ruega conforme a la voluntad de Dios por los del pueblo santo. Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes le aman, de quienes él ha llamado de acuerdo con su propósito.