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MARCOS 14:26-72

MARCOS 14:26-72 DHHE

Después de cantar los salmos, se fueron al monte de los Olivos. Jesús les dijo: –Todos vais a perder vuestra confianza en mí. Así lo dicen las Escrituras: ‘Mataré al pastor y se dispersarán las ovejas.’ Pero cuando resucite, iré a Galilea antes que vosotros. Pedro le dijo: –Aunque todos pierdan su confianza, yo no. Jesús le contestó: –Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me negarás tres veces. Pero él insistía: –Aunque tenga que morir contigo no te negaré. Y todos decían lo mismo. Luego fueron a un lugar llamado Getsemaní. Jesús dijo a sus discípulos: –Sentaos aquí mientras yo voy a orar. Se llevó a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentirse muy afligido y angustiado. Les dijo: –Siento en mi alma una tristeza de muerte. Quedaos aquí y permaneced despiertos. Adelantándose unos pasos, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y pidió a Dios que, a ser posible, no le llegara aquel momento de dolor. En su oración decía: –Padre mío, para ti todo es posible: líbrame de esta copa amarga, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Luego volvió a donde ellos estaban y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: –Simón, ¿estás durmiendo? ¿Ni una hora siquiera has podido permanecer despierto? Permaneced despiertos y orad para no caer en tentación. Vosotros tenéis buena voluntad, pero vuestro cuerpo es débil. Se fue otra vez, y oró repitiendo las mismas palabras. Cuando volvió, encontró de nuevo dormidos a los discípulos, porque los ojos se les cerraban de sueño. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo: –¿Seguís durmiendo y descansando? ¡Basta ya! Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vámonos: ya se acerca el que me traiciona. Todavía estaba hablando Jesús, cuando Judas, uno de los doce discípulos, llegó acompañado de mucha gente armada con espadas y palos. Iban enviados por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos. Judas, el traidor, les había dado una contraseña, diciéndoles: “Aquel a quien yo bese, ese es. Apresadlo y llevadlo bien sujeto.” Así que se acercó a Jesús y le dijo: –¡Maestro! Y le besó. Entonces echaron mano a Jesús y lo apresaron. Pero uno de los que estaban allí sacó su espada y cortó una oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús preguntó a la gente: –¿Por qué venís con espadas y palos a apresarme, como si fuera un bandido? Todos los días he estado entre vosotros enseñando en el templo y nunca me apresasteis. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras. Todos los discípulos abandonaron a Jesús y huyeron. Pero un joven le seguía, cubierto solo con una sábana. A este lo atraparon, pero él, soltando la sábana, escapó desnudo. Condujeron entonces a Jesús ante el sumo sacerdote, y se juntaron todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley. Pedro, que le había seguido de lejos hasta el interior del patio de la casa del sumo sacerdote, se quedó sentado con los guardias del templo, calentándose junto al fuego. Los jefes de los sacerdotes y toda la Junta Suprema andaban buscando alguna prueba para condenar a muerte a Jesús, pero no la encontraban. Porque, aunque muchos presentaban falsos testimonios contra él, se contradecían unos a otros. Algunos se levantaron y le acusaron falsamente diciendo: –Nosotros le hemos oído decir: ‘Yo voy a destruir este templo construido por los hombres, y en tres días levantaré otro no construido por los hombres.’ Pero ni aun así estaban de acuerdo en lo que decían. Entonces el sumo sacerdote se levantó en medio de todos y preguntó a Jesús: –¿No respondes nada? ¿Qué es esto que están diciendo contra ti? Pero Jesús permaneció callado, sin responder nada. El sumo sacerdote volvió a preguntarle: –¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito? Jesús le dijo: –Sí, yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote se rasgó las ropas en señal de indignación y dijo: –¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Vosotros le habéis oído decir palabras ofensivas contra Dios. ¿Qué os parece? Todos estuvieron de acuerdo en que era culpable y debía morir. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole los ojos y golpeándole, le decían: –¡Adivina quién te ha pegado! También los guardias del templo le daban bofetadas. Pedro estaba abajo, en el patio. En esto llegó una de las sirvientas del sumo sacerdote, la cual, al ver a Pedro calentándose junto al fuego, se quedó mirándole y le dijo: –Tú también andabas con Jesús, el de Nazaret. Pedro lo negó, diciendo: –No le conozco ni sé de qué estás hablando. Y salió fuera, a la entrada. Entonces cantó un gallo. La sirvienta vio otra vez a Pedro y comenzó a decir a los demás: –Este es uno de ellos. Pero él volvió a negarlo. Poco después, los que estaban allí dijeron de nuevo a Pedro: –Seguro que tú eres uno de ellos. Además eres de Galilea. Entonces Pedro comenzó a jurar y perjurar, diciendo: –¡No conozco a ese hombre de quien habláis! En aquel mismo momento cantó el gallo por segunda vez, y Pedro se acordó de que Jesús le había dicho: ‘Antes que cante el gallo por segunda vez, me negarás tres veces.’ Y rompió a llorar.

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