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MATEO NUEVO TESTAMENTO

NUEVO TESTAMENTO
INTRODUCCIÓN
(1) El Nuevo Testamento (NT) está compuesto por veintisiete escritos redactados en griego durante los primeros tiempos de la iglesia cristiana, es decir, durante el periodo correspondiente, en líneas generales, a la segunda mitad del siglo I d.C. Estos escritos, de dimensiones y formas literarias muy diferentes, han sido considerados desde su origen como obras de autoridad religiosa superior a la de cualquier otro libro. De manera más o menos directa, nos hablan de Jesucristo, de su obra redentora y de las consecuencias de la misma en los seres humanos. Sin embargo, las formas concretas de exponer estos temas son muy variadas.
(2) Al llamar a estos escritos “Nuevo Testamento”, se hace referencia al “pacto” o “alianza” establecido por Dios con la humanidad.
(3) Este uso tiene su origen en la convicción, expresada ya en textos como Lc 22.20; 2 Co 3.6 y Heb 9.15, de que por medio de Jesús, y especialmente con su muerte, se había establecido ese nuevo pacto que Dios había anunciado antiguamente (cf. Jer 31.31), y que sustituía al antiguo (cf. 2 Co 3.14; Heb 8.13).
(4) Los primeros cristianos, como los demás judíos, utilizaban los escritos sagrados del pueblo de Israel (lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento), que designaban con el nombre genérico de “las Escrituras” (cf. 1 Co 15.3), a veces con la expresión más específica de “la ley de Moisés, los escritos de los profetas y los salmos” (cf. Lc 24.44), o más brevemente como “la ley y los profetas” (cf. Mt 5.17), y aun simplemente “la ley” (cf. Jn 10.34). Los términos Antiguo y Nuevo Testamento solo empezaron a usarse a fines del siglo II d.C. para designar los libros de la Biblia.
Partes del Nuevo Testamento
(5) El NT, como ya se ha indicado, es una colección de diferentes escritos. En las Biblias actuales están agrupados según algunos aspectos comunes.
(6) En primer lugar se encuentran los cuatro evangelios (según Mateo, Marcos, Lucas y Juan). Todos ellos narran los principales acontecimientos de la vida, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús, interpretados desde la situación peculiar de cada autor y de su respectiva comunidad.
(7) Después se encuentra el libro de los Hechos de los Apóstoles, que es continuación del Evangelio según Lucas y se refiere a la difusión del mensaje cristiano durante los primeros años de vida de la iglesia.
(8) En seguida viene el grupo de las cartas, veintiuna en total. En primer lugar están las trece de Pablo; después siguen: una carta sin mención de autor (a los Hebreos), una carta de Santiago, dos de Pedro, tres de Juan y una de Judas. Estas cartas, en su mayoría, están dirigidas a determinadas comunidades o personas; otras tienen un carácter más general.
(9) Finalmente está el libro del Apocalipsis, que en cierta manera se presenta también como una carta.
(10) Debe tenerse en cuenta que esta colocación no corresponde al orden en que los libros fueron redactados, y que algunos manuscritos antiguos los ordenan de otro modo.
(11) Los escritos del NT no formaron desde el principio una unidad literaria. Seguramente fue hacia finales del siglo I cuando empezaron a reunirse (cf. 2 P 3.15-16) hasta componer una sola colección (siglo II) y constituir, junto con el AT, las Escrituras de la iglesia, la Biblia, es decir, “los libros” por excelencia.
(12) Debe observarse, sin embargo, que la reunión material de todos estos escritos en un único libro, solo se hizo más tarde. Los ejemplares más antiguos de Biblias completas que se conocen son los códices Vaticano y Sinaítico (del siglo IV).
(13) La fijación exacta del número de libros del NT que se recibían con autoridad indiscutida (el llamado “canon”), fue un proceso que duró bastante tiempo, sobre todo cuando empezaron a aparecer numerosas obras que no representaban las enseñanzas auténticas de la iglesia (la llamada “literatura apócrifa”). Sobre algunos escritos, especialmente cartas y el Apocalipsis, las discusiones se prolongaron por mucho tiempo; pero puede afirmarse que en el siglo IV ya se fue haciendo general la lista o canon de los libros del NT que se encuentran en las Biblias cristianas.
(14) Para entender mejor los escritos del NT, es necesario tener presente que nacieron en un ambiente histórico concreto y que hacen referencia a acontecimientos que sucedieron en una situación histórica determinada. Se indicarán aquí algunos de los aspectos más importantes.
El medio histórico y cultural
(15) Los escritos del NT fueron redactados en un medio histórico y cultural concreto. La indicación que se lee en Jn 19.19-20, según la cual el letrero colocado sobre la cruz de Jesús “estaba escrito en hebreo, latín y griego”, refleja de manera sintética los tres grandes componentes del mundo histórico y cultural en que nació el NT.
(16) A. El elemento judío. Lo primero que es necesario tener presente para entender el medio ambiente del NT es el aspecto judío. Jesús perteneció al pueblo judío. Él y sus discípulos hablaban arameo. Su historia se desarrolló principalmente en Galilea y en Judea. Su muerte tuvo lugar en Jerusalén. Los apóstoles pertenecieron a ese mismo pueblo, al igual que una buena parte de los personajes que aparecen en los evangelios y otros libros del NT. Ha de tenerse en cuenta, de manera especial, que gran parte de los autores de los escritos del NT fueron judíos.
(17) La situación del pueblo judío que vivía en Palestina en tiempos de Jesús y de la primera comunidad cristiana, se comprende mejor si nos fijamos en los aspectos religioso, social y literario.
(18) 1. El aspecto religioso es lo que más une a la iglesia cristiana con el pueblo de Israel. La fe cristiana tiene su punto de partida en las creencias y las esperanzas de ese pueblo. Las Escrituras de Israel, donde habían quedado consignadas su experiencia religiosa, su fe y sus esperanzas, continuaron siendo las Escrituras de la Iglesia. En un primer momento, solo ellas; más tarde se complementaron con los escritos del NT. Además, muchas de las tradiciones religiosas del pueblo judío o de algunos de sus sectores más influyentes quedaron incorporadas a la fe del NT (cf. Mt 22.23-33; Hch 23.6-8; 1 Co 15.12-58).
(19) 2. En segundo lugar, hay que tener en cuenta la situación social. En la sociedad israelita del tiempo de Jesús había diversas clases, que pueden caracterizarse brevemente así:
(20) Una clase alta, formada sobre todo por las familias de los jefes políticos y religiosos, los grandes comerciantes, los terratenientes y los cobradores de impuestos.
(21) Una clase media, compuesta de pequeños comerciantes y artesanos, con trabajo estable. Gran parte de los sacerdotes y maestros de la ley pertenecían a esta clase.
(22) La clase pobre, la más numerosa, estaba formada por los jornaleros que vivían del trabajo que podían encontrar cada día (cf. Mt 20.1-16). Muchos, que por alguna razón no podían trabajar, tenían que vivir de la limosna (cf. Mc 10.46).
(23) Jurídicamente, el lugar más bajo lo ocupaban los esclavos, aunque su situación real dependía en gran medida de la posición y carácter de sus amos. Los esclavos israelitas, en principio, podían recuperar su libertad en el año sabático (que ocurría cada siete años). Los esclavos no israelitas no tenían este derecho.
(24) Las principales profesiones ejercidas eran la agricultura, la ganadería, la pesca (en la región del lago de Galilea), trabajos artesanales (alfarería, zapatería, carpintería, albañilería, etc.) y el comercio. El culto del templo, por otra parte, daba ocupación a un gran número de sacerdotes y levitas.
(25) Algunos calculan que la población total de Palestina en tiempo de Jesús podía llegar a un millón de personas.
(26) El pueblo judío de esa época no formaba un bloque homogéneo en los aspectos religioso y político, aspectos que estaban estrechamente relacionados. El NT y otras fuentes históricas mencionan varios de estos grupos.
(27) a) Los fariseos, con intereses especialmente religiosos, eran los defensores de la estricta observancia de la ley de Moisés y de las tradiciones (cf. Flp 3.5-6). Tenían gran influjo en el pueblo, y después de la destrucción del templo fue la tendencia que predominó en el judaísmo.
(28) b) Los saduceos formaban un grupo menor en número, pero con poder político. A ellos pertenecían, sobre todo, miembros de las familias sacerdotales. En el NT se caracterizan más que nada por su rechazo de la doctrina de la resurrección y por la negación de la existencia de ángeles y espíritus (cf. Mt 22.23-33; Hch 23.6-8).
(29) c) Otros grupos menores eran los partidarios de Herodes (cf. Mt 22.16), los esenios, no mencionados en el NT pero conocidos por otras fuentes, y los celotes, que fueron los principales instigadores de la rebelión contra Roma en el año 66.
(30) d) Los maestros de la ley (llamados también escribas, letrados o rabinos) eran los que habían asumido el oficio de la instrucción religiosa del pueblo, centrada en la explicación de las Escrituras y en la transmisión de las tradiciones. Pertenecían a diversas tendencias y eran predominantemente laicos. Su enseñanza la impartían bien en el templo (cf. Lc 2.46) o, más frecuentemente, en las sinagogas (cf. Hch 15.21). La llamada “literatura rabínica”, que se escribió después del NT, conserva el conjunto de sus enseñanzas y explicaciones.
(31) 3. La literatura cristiana, y en concreto el NT, tiene sus raíces en las tradiciones literarias del AT y del judaísmo contemporáneo. Los evangelios, a pesar de estar escritos en griego, se asemejan más a los libros narrativos del AT que a las obras de los historiadores griegos. La manera en que Pablo argumenta en sus cartas no tiene sus paralelos más cercanos en los filósofos griegos, sino en los escritos del judaísmo. El Apocalipsis pertenece a un género literario que se encuentra en escritores del AT o del judaísmo tardío. Muchas de las tradiciones que quedaron consignadas en el NT se transmitieron primero, de forma oral, en arameo. Algunas palabras o frases arameas han quedado conservadas en el NT (abbá, marana ta, etc.).
(32) Con todo esto, sin embargo, no se quiere negar o quitar importancia a los elementos nuevos y originales que tiene el NT. Aunque la iglesia cristiana era en sus comienzos una parte del pueblo judío (cf. Hch 2.46), poco a poco fue distinguiéndose de este, hasta su completa separación. La decisión de que no era necesaria la incorporación al pueblo judío para participar de los beneficios de la obra salvadora de Jesucristo (cf. Hch 15.1-35), así como el número cada vez mayor de personas no judías que abrazaban el evangelio (cf. Ro 11.11-12), contribuyeron a esta separación definitiva entre la iglesia y el judaísmo.
(33) De todas maneras, la fe en Jesús, el Hijo de Dios, solo existe porque en su vida, en su muerte, en su resurrección y en su presencia y actuación subsiguientes se ha llevado a cabo un acontecimiento esencialmente nuevo. Es como una nueva creación (cf. Mc 1.27; 2.21-22; Jn 13.34; Gl 6.15; Ef 2.15). Esta novedad se reflejó también, de alguna manera, en nuevas formas de transmitir el mensaje, sin precedentes exactamente iguales, como fueron los evangelios, o en la renovación y transformación de géneros literarios tradicionales, como las cartas.
(34) B. El elemento griego. Con las conquistas militares de Alejandro Magno (año 332 a.C.), se inició una gran difusión de la cultura griega por toda la región occidental de Asia, el norte de África y el sur de Europa, sin excluir a la misma Roma. En el siglo I d.C., la lengua griega se había convertido en el medio de comunicación entre las personas cultas de los países costeros del mar Mediterráneo, y aun llegó a ser la lengua popular en muchos de ellos.
(35) Uno de los fenómenos más importantes en la historia del pueblo judío en esa época fue la existencia de numerosos grupos que vivían fuera de Palestina, a los que se daba el nombre de judíos de la “diáspora” (o dispersión). Ellos, aunque seguían fieles a sus tradiciones religiosas, habían adoptado el griego como lengua propia. En la diáspora judía de Alejandría (Egipto) se tradujeron al griego las Escrituras del pueblo de Israel. La principal de estas traducciones lleva el nombre de “traducción de los Setenta” (o Septuaginta [=LXX]), y se convirtió en el texto común de los cristianos de habla griega. Se desarrolló, además, una importante literatura judeo-helenística.
(36) En la misma Jerusalén se formó un grupo de cristianos de origen judío, pero de habla griega (cf. Hch 6.1), que indudablemente contribuyó en gran medida a la difusión del evangelio entre los judíos de la diáspora y aun entre los paganos (cf. Hch 11.19-20). El representante más notable de aquellos judíos de fuera de Palestina convertidos al cristianismo, fue Pablo de Tarso. Su actividad misionera se extendió por gran parte del Asia Menor, y sus cartas constituyen una sección muy importante en el NT.
(37) Por esa razón, no es extraño que los escritos del NT estén todos en lengua griega. Aunque algunas tradiciones anteriores pudieron haberse formado originalmente en arameo (también se ha pensado en la posibilidad del hebreo propiamente dicho), la redacción final del NT se hizo en lengua griega, y en esa lengua se ha conservado.
(38) C. El elemento romano. Ya a principios del siglo II a.C. el poder militar de Roma se había impuesto en toda el área del Mediterráneo, y a partir del año 63 a.C. Palestina quedó bajo el influjo militar y político de Roma.
(39) En un primer periodo, los gobernantes judíos conservaron el título de reyes, aunque estaban sometidos al poder romano. El más notable de ellos fue Herodes, llamado el Grande, quien reinó en Palestina durante los años 37 a.C. a 4 d.C. y bajo cuyo gobierno nació Jesús (cf. Mt 2.1-20; Lc 1.5). A la muerte de Herodes, el reino se dividió entre tres de sus hijos: Arquelao, que gobernó en Judea y Samaria hasta el año 6 d.C.; Herodes Antipas, que lo hizo en Galilea y Perea hasta el año 39 d.C.; y Filipo, en las regiones al nordeste del Jordán, hasta el año 34 d.C. (cf. Mt 2.22; Lc 3.1).
(40) En el año 6 d.C., Arquelao fue depuesto por el emperador Augusto, y Judea y Samaria pasaron a ser gobernadas directamente por autoridades romanas (con el nombre oficial de “prefectos” y, más tarde, de “procuradores”). El más conocido de estos gobernadores (prefectos) romanos de Judea fue Poncio Pilato (26-36 d.C.), quien condenó a muerte a Jesús (cf. Mt 27.1-26).
(41) En el año 37, el rey Herodes Agripa sucedió a Filipo en el gobierno de su región; y en el año 40, a Herodes Antipas en Galilea y Perea. El año 41 obtuvo también el gobierno de Judea, reconstituyendo así un reino semejante al de su abuelo Herodes el Grande (cf. Hch 12.1-19). Pero murió en el 44 (cf. Hch 12.19-23), y todo el territorio de Palestina quedó bajo el gobierno de un procurador romano, situación que persistió hasta el año 66 (cf. Hch 23.24; 24.27).
(42) El creciente descontento del pueblo judío y sus deseos de independencia provocaron en el año 66 la rebelión contra el gobierno romano, en la que tomaron parte importantes grupos de patriotas fanáticos conocidos con el nombre de “celotes”. Palestina pasó entonces a ser regida por generales romanos, con el título de “legados”. El primero de ellos fue Vespasiano, quien en el año 69 fue proclamado emperador.
(43) La llamada “guerra judía” se prolongó hasta septiembre del año 70, cuando los ejércitos romanos al mando de Tito, hijo del emperador Vespasiano, conquistaron la ciudad de Jerusalén y destruyeron el templo (cf. Mt 24.2; Lc 21.20). Aquella derrota se debió no solo a la superioridad militar de los romanos, sino también a las irreconciliables divisiones internas de los judíos.
(44) Hasta el mismo año 70, el pueblo judío había conservado cierta medida de autoridad propia en asuntos internos, sobre todo religiosos, ejercida por la Junta Suprema o Sanedrín. Esta Junta estaba presidida por el sumo sacerdote, y a ella pertenecían también otros personajes importantes de las familias sacerdotales, más los llamados “ancianos” (hombres notables, de familias no sacerdotales) y un grupo de maestros de la ley, hasta completar el número de 71 (cf. Mc 15.1). La competencia del Sanedrín en tiempo de Jesús parece que no comprendía la ejecución de penas capitales (cf. Jn 18.31).
(45) Con la destrucción de Jerusalén y del templo, el Sanedrín perdió su poder político, y el cargo de sumo sacerdote dejó de existir, lo mismo que el culto del templo.
(46) La vida religiosa y cultural del pueblo judío de Palestina se reorganizó más tarde, sobre todo en Galilea, alrededor de las escuelas rabínicas, que recogieron y organizaron las diversas tradiciones.
(47) Fuera de Palestina, la iglesia cristiana encontró en el imperio romano elementos que favorecieron su rápida propagación por el mundo pagano. La unidad política y cultural ofreció a los evangelizadores cristianos la posibilidad de predicar la buena noticia en la mayoría de las provincias y ciudades del imperio (cf. Ro 15.19,28; 1 P 1.1). Además, en un primer periodo, la religión cristiana gozaba de la misma tolerancia que se concedía a la religión judía. Así, no es de extrañar que en Ro 13.1-7; Tit 3.1 se refleje una valoración positiva de la autoridad del Estado.
(48) No obstante, la fe y la conducta característica de los cristianos no tardaron en plantear conflictos muy agudos.
(49) Las medidas que las autoridades romanas tomaron en algunas ocasiones contra los judíos tuvieron sus repercusiones también sobre los cristianos (cf. Hch 18.2). La obligatoriedad del culto oficial de Roma, que incluía en especial al emperador, inevitablemente llevó al enfrentamiento de los cristianos con las autoridades romanas. Al principio, la persecución de los cristianos tuvo un carácter local y limitado; pero después, sobre todo a partir del siglo II, se hizo más general y sistemática. Esta situación ya se refleja en textos como 1 P 4.12-16 y, sobre todo, en el Apocalipsis, donde el imperio romano aparece como el enemigo por excelencia de Cristo y de sus seguidores (cf. Ap 13.7).
Transmisión del texto
(50) Los libros del NT fueron escritos, con toda probabilidad, en rollos de papiro (algunos quizá de pergamino), más o menos largos, según la longitud del texto. Sin embargo, ninguno de ellos ha llegado hasta nosotros en el autógrafo o manuscrito original. Lo mismo sucede, por lo demás, con toda la producción literaria de la antigüedad.
(51) El texto del NT nos ha llegado en copias manuscritas realizadas en diversos lugares y en distintas épocas. Si prescindimos de algunos fragmentos muy pequeños, sin importancia para la reconstrucción del texto, las copias más antiguas del NT que hoy se conservan son de alrededor del año 200 y proceden de Egipto. Estas copias, hechas en papiro, ya tienen la forma de libros (códices). Otras posteriores (siglo IV en adelante) fueron hechas en pergamino (cuero de oveja, cabra o becerro), material más fino y duradero. Las condiciones del clima de Egipto, muy seco, fueron especialmente favorables para la conservación de los manuscritos.
(52) Más numerosas aún son las copias que se conservan de los siglos siguientes. El número total de manuscritos anteriores a la utilización de la imprenta en occidente, hechos en papiro o pergamino y que contienen todo o parte del NT, pasa de cinco mil.
(53) Si a esto añadimos las antiguas versiones –tales como las traducciones al latín, al siríaco, al copto y a otras lenguas– hechas en los primeros siglos de la era cristiana, y los testimonios de los escritores antiguos (citas, alusiones, comentarios), el material que sirve para reconstruir el texto del NT es muy voluminoso.
(54) Dado el número tan grande de testimonios y las limitaciones de toda obra humana, no es extraño que se presenten variantes en el texto de testigos tan diversos.
(55) Por eso existe toda una rama de la ciencia bíblica (la crítica textual), que se dedica al estudio de dichos testimonios y a la reconstrucción del texto en su forma más primitiva posible.
(56) Los resultados de tales estudios aparecen publicados en las ediciones críticas del texto griego del NT. La presente traducción se basa en la publicada por K. Aland, M. Black, B. Metzger, C. M. Martini y otros, The Greek New Testament, 4a. edición corregida, Sociedades Bíblicas Unidas, 1994.
(57) En las Notas se indican algunas de las variantes más importantes que se encuentran en los manuscritos.
Contenido y finalidad del Nuevo Testamento
(58) Como ya se ha dicho, el NT está centrado en la persona, en la historia y en la obra salvadora de Jesucristo. Este tema, por una parte, da unidad a los diversos libros que lo forman, y por otra, lo distingue del AT.
(59) Jesús no redactó ninguno de los escritos del NT, sino que lo hicieron quienes le reconocieron como el Mesías, como la persona que Dios había escogido y enviado para realizar su obra de salvación en favor de la humanidad. Los autores fueron llamados por Dios para comunicar a toda persona el testimonio de su fe en Cristo.
(60) El NT existe porque Jesús “mostró su gloria, y sus discípulos creyeron en él” (Jn 2.11). Aunque Jesús no fue reconocido por la mayor parte de su pueblo (cf. Jn 1.11), un grupo privilegiado fue testigo de sus acciones, de su muerte y de su resurrección. Jesús les envió el Espíritu, y así se cumplió lo que él les había dicho: “Cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, recibiréis poder y saldréis a dar testimonio de mí en Jerusalén, en toda la región de Judea, en Samaria y hasta en las partes más lejanas de la tierra” (Hch 1.8).
(61) Ellos mismos, y los discípulos que se reunieron alrededor de ellos, sintieron la necesidad de comunicar a todos los pueblos la fe que profesaban y la esperanza que los animaba. Los que aceptaban este mensaje fueron constituyendo el nuevo pueblo de Dios, beneficiario del nuevo pacto que Dios había prometido establecer con los hombres, el nuevo pueblo al cual estaban llamados los hombres y mujeres de todas las naciones.
(62) El NT quiere expresar a todos, sin ambigüedades, quién es Jesús. Una manera de hacerlo es por medio de los títulos que le aplica.
(63) El título con el que más comúnmente el NT expresa su fe en Jesús es el de Cristo (Mesías, Ungido), título que se relaciona con las esperanzas del pueblo de Israel, pero que se aplicó a Jesús con un contenido y un alcance nuevos.
(64) Títulos de significado semejante son Hijo de David y Rey. Según los evangelios, el que Jesús prefería para referirse a su misión era el de Hijo del hombre, que, por una parte, expresaba su condición plenamente humana, y por otra aludía a su carácter de Juez glorificado.
(65) Otro título muy frecuente en el NT es el de Señor, aplicado en el AT preferentemente a Dios, y que fue la forma que sustituyó de ordinario al nombre Yahvé. Entre los griegos, se daba a los reyes y a los dioses, y el NT lo incorpora para expresar la soberanía de Jesús resucitado.
(66) El título de Hijo de Dios se daba a veces al rey de Israel, como también lo daban los romanos al emperador. Pero para el NT, expresa lo que solamente se verifica con toda propiedad en Jesús: una relación única con Dios, como su Padre; pero que es al mismo tiempo el fundamento para que los que estén unidos a él por la fe puedan ser y llamarse hijos de Dios.
(67) Además de estos, que son los más comunes, Jesús recibe otros títulos que el lector encontrará en los escritos del NT.
(68) Pero la fe de la iglesia primitiva en Jesucristo no se expresa únicamente en los títulos que le atribuye. Con igual valor se expresa en la forma en que describe su obra salvadora.
(69) El NT proclama que Jesús, por su acción en la tierra, por su muerte y resurrección, y por su presencia activa y continua en el mundo, ha hecho presente el poder y el amor salvador de Dios. Esta obra se describe de diversas maneras, entre las cuales se encuentran expresiones como “salvar de los pecados”, “dar su vida en rescate por una multitud”, “liberar de la esclavitud del pecado”, “reconciliar con Dios”, y muchas más.
(70) Esta obra salvadora de Dios por medio de Cristo –afirma el NT– realiza una transformación en la persona, exige un cambio de vida, pide una respuesta de fe, lleva a una vida de esperanza y crea una comunidad de hermanos que se distingue por practicar la justicia y vivir en el amor.
(71) El NT no pretende ser una legislación que sustituya a la ley de Moisés. Sin embargo, el cristiano encuentra en él los principios permanentes para regir su vida y su conducta. En diversos lugares, el NT los sintetiza en la ley del amor (cf. Mt 22.34-40 y paralelos; Jn 13.34-35; Ro 13.8-10).
(72) El NT adquiere su sentido más profundo como testimonio permanente de estas convicciones, de estas esperanzas y de este llamamiento.
(73) En el Índice temático que se encuentra al final de esta edición aparecen enumerados de manera más completa y, cuando es necesario, explicados brevemente, los términos más importantes del NT.
LOS EVANGELIOS
INTRODUCCIÓN
La palabra “evangelio” procede de una voz griega que significa buenas noticias. Ya en el Antiguo Testamento encontramos la expresión “dar buenas noticias”, que en la versión griega (LXX) se traduce con un verbo emparentado con evangelio. Precisamente uno de estos textos se cita en el Evangelio según Lucas. En Lc 4.18-19 se dice que Jesús, en la sinagoga de Nazaret, al comienzo de su actividad pública, lee este texto del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y a dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor” (cf. Is 61.1-2a). Y luego Jesús dice a sus oyentes: “Hoy mismo se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.” (La misma expresión se usa en la forma griega de Is 40.9; 52.7; 60.6.) Probablemente, Jesús mismo empleó la palabra aramea correspondiente para referirse al mensaje de salvación que él predicó. Ese mensaje iba especialmente dirigido, como afirma el texto de Isaías, a los pobres, los enfermos, los oprimidos y los necesitados del perdón de Dios (cf., por ej., Mc 1.15).
Cuando, después de la muerte y resurrección de Jesús, los apóstoles y sus discípulos empezaron a anunciar, en primer lugar a los judíos y luego a los no judíos, la buena noticia de la salvación que Dios les ofrecía por medio de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, fácilmente encontraron que el término “evangelio” era el más adecuado para designar ese mensaje: era la buena noticia por excelencia. Pablo usa con frecuencia el término para referirse al mensaje que él predicaba a los no judíos (cf., por ejemplo, Ro 1.1,9,16; 1$Co 15.1). Marcos también usa esta palabra al comienzo de su libro (Mc 1.1).
Poco a poco la palabra “evangelio” fue convirtiéndose en la designación técnica de los cuatro relatos de la iglesia apostólica que nos hablan de Jesús, de sus hechos, de sus palabras y de su pasión, muerte y resurrección.
De esta manera se habla del Evangelio según San Mateo, San Marcos, San Lucas o San Juan, y también se habla de “los cuatro evangelios”. Son cuatro libros, aunque el mensaje de salvación es uno solo. Encontramos estos cuatro libros al comienzo del Nuevo Testamento.
En las Escrituras de Israel (lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento) ya habían quedado consignados muchos de los acontecimientos de la historia de este pueblo. También los griegos tenían ciertos libros que narraban la historia de pueblos diversos.
Nuestros evangelistas conocían las Escrituras de Israel, y alguno de ellos (como Lucas) quizá conocía también distintos libros de historia escritos por los griegos. Sin embargo, al redactar sus evangelios, ellos no tomaron como modelo ninguno de los libros históricos anteriores. Comprendieron que estaban narrando una historia diferente y se vieron en la necesidad de crear una forma literaria propia.
Comparados con los relatos del Antiguo Testamento, los evangelios se distinguen sobre todo por estar centrados en una sola persona: Jesús de Nazaret. Varios textos del Antiguo Testamento contienen relatos acerca de personajes de la historia de Israel: Abraham, Jacob, José, Moisés, David, Elías, etc.; e incluso hay libros dedicados a una sola persona, como los de Rut, Job o Ester. Sin embargo, en ninguno de ellos se le da al personaje la importancia que Jesús tiene en los evangelios.
Cuando los griegos exponían en sus propios libros sus ideas religiosas, lo hacían sobre todo en forma de mitos y leyendas. Pero los evangelios nos hablan de una persona real, histórica; nos hablan de Jesús, quien vivió en un tiempo y en un país reales. Sin embargo, nos dicen que en esa persona y en su historia ha sucedido algo nuevo y definitivo para la salvación eterna del ser humano. El mismo Dios de Israel, el Dios de los patriarcas y de los profetas, se ha revelado ahora de una manera completamente distinta en su Hijo, en Jesús de Nazaret.
Los judíos del tiempo de Jesús, basándose en textos de las Escrituras y en tradiciones que se habían desarrollado con el correr del tiempo, esperaban a una persona que Dios iba a enviar para llevar a cabo su obra de salvación, en especial en favor del mismo pueblo de Israel. Estas expectativas variaban según los diversos grupos que había entonces en el judaísmo. Así también, se atribuían a esta persona diferentes nombres y funciones. El que llegó a hacerse más usual fue el de Mesías (Cristo, Ungido); y otros, más o menos equivalentes, fueron Hijo de David, Hijo del hombre, Hijo de Dios.
El mensaje de los evangelios está centrado en este tema, como lo expresa un pasaje del cuarto evangelio: “Estas [señales milagrosas] se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en él” (Jn 20.31).
Al leer los evangelios, nos damos cuenta de la importancia tan especial que tiene el periodo último de la historia de Jesús, desde su entrada mesiánica en Jerusalén hasta su muerte y resurrección, periodo de, aproximadamente, una semana. Por la comparación con otros textos del Nuevo Testamento, como los discursos de Pedro y de Pablo en los Hechos de los Apóstoles (véase Hch 2.14-42$n.) y las cartas de Pablo (cf., por ej., 1$Co 15.1-7), podemos decir que la referencia a la muerte y resurrección de Jesús era el centro del mensaje de salvación desde los primeros tiempos. Así, no es de extrañar que ocupe tanto espacio en los evangelios.
Pero los evangelios nos presentan además muchos aspectos de la actividad anterior de Jesús, desde que fue bautizado por Juan. Nos narran muchos hechos y palabras de Jesús en diversas circunstancias y ante diversos oyentes. En cambio, solamente dos evangelios, los de Mateo y Lucas, nos hablan de la infancia de Jesús. Ninguno hace mención del largo periodo de su adolescencia y juventud.
Los evangelistas no pretendieron escribir obras literarias refinadas, como las de muchos poetas o literatos de su época. Escribieron, más bien, en un lenguaje sencillo y popular; su interés no estaba en la forma artística, sino en el contenido del mensaje. Sin embargo, su misma sencillez y sobriedad dota de un valor duradero y universal a su obra.
No podemos leer los evangelios como si fueran biografías de Jesús, escritas al estilo moderno y según nuestra mentalidad occidental. Estos libros quieren sobre todo comunicar al lector el sentido salvífico de la historia de Jesús. Los evangelios nacieron de la fe de la iglesia apostólica en Jesús, el Hijo de Dios, muerto y resucitado, y dan testimonio de esa fe (cf. Jn 20.30-31).
Al leer cuidadosamente estos cuatro libros, nos damos cuenta de que los tres primeros, los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, presentan una semejanza muy grande entre sí, mientras que el cuarto, el de Juan, se diferencia bastante de los otros. Por dicha semejanza, a los tres primeros se les ha dado el nombre de “evangelios sinópticos” (de sinopsis=vista de conjunto). En esta edición se indican los pasajes paralelos debajo del título de cada sección.
Ahora bien, cada evangelio tiene su propia perspectiva y su manera peculiar de narrar la historia de Jesús. Son enfoques diversos, que se explican por las también diversas tradiciones que utilizan, por los diversos grupos de lectores a los que se dirigen y por el carácter personal, propio de cada evangelista.
Ninguno de los evangelios menciona el nombre del escritor. Solamente en Lc 1.1-4, el autor hace referencia a su propia actividad literaria, escribiendo en primera persona. Fue probablemente en el siglo II cuando, al copiar los evangelios, se hizo común titularlos respectivamente “Según Mateo”, “Según Marcos”, “Según Lucas” y “Según Juan” (sin incluir la palabra “Evangelio”). Los autores cristianos de aquella época muestran que fue entonces cuando se difundió la tradición acerca de los nombres de los autores; pero no disponemos hoy de suficiente información para decir cómo se llegó a la identificación de la obra y el nombre del evangelista.
Los evangelios, como toda obra literaria, tuvieron indudablemente sus autores. Sin embargo, pertenecen a un tipo de literatura en que, más que la actividad creadora y original del autor, cuenta la utilización de tradiciones conservadas en una o varias comunidades. Esta literatura de base tradicional es propia de la mayor parte del Antiguo Testamento, así como de los escritos, especialmente los religiosos, de muchos otros pueblos, sobre todo en el Oriente. Eran tradiciones que se transmitían de viva voz en las comunidades; y, en 1$Co 11.23-25 y 15.1-7, Pablo recuerda a los cristianos de Corinto algunas de ellas que él les transmitió y que tienen sus paralelos en los evangelios.
Pero el mundo helenístico del siglo I ya no era una cultura puramente oral, sino que la práctica literaria estaba ya muy desarrollada. Los cristianos comprendieron la necesidad de tener una literatura propia, mediante la cual se preservaran de manera más fiel y permanente las tradiciones recibidas por vía oral. En el prólogo de su evangelio, Lucas deja constancia de esta actividad (Lc 1.1-4).
La mayoría de los estudiosos actuales de la Biblia se inclinan a pensar que el primero de los evangelios que se redactó fue el de Marcos. También piensan que los de Mateo y Lucas, redactados posteriormente, utilizaron en gran parte a Marcos, además de otras tradiciones diferentes. En último lugar debió de escribirse el Evangelio de Juan, que sigue caminos muy propios. Todo este proceso literario se desarrolló en la segunda mitad del siglo I, aunque el año exacto de la redacción de cada uno de estos libros es difícilmente precisable.
En las introducciones particulares a los evangelios se indican algunas de las características peculiares de cada uno de ellos.
EVANGELIO SEGÚN MATEO
INTRODUCCIÓN
El primer libro de los que componen el Nuevo Testamento es el Evangelio según Mateo (=Mt). Como se indicó en la Introducción a los Evangelios, el orden de los libros del Nuevo Testamento (en las ediciones que usamos) no corresponde necesariamente al orden en que fueron escritos.
El evangelista Mateo comienza su historia con una lista de los antepasados de Jesús y relatando algunos acontecimientos de su infancia. Pasa luego a narrar, en cuadros que se van alternando, los hechos y las enseñanzas de Jesús, para concluir con los relatos de la pasión, las apariciones del Señor resucitado y el envío de los discípulos a todas las naciones.
Este evangelio se distingue de los otros, ante todo, por su manera sistemática de organizar las palabras de Jesús. En efecto, en su mayor parte las reúne en cinco grandes sermones o discursos. El uso de ciertas fórmulas introductorias (véase Mt 5.1-2; 10.1; 13.1-3; 18.1 y 24.1) y, sobre todo, de fórmulas que sirven para concluir estos sermones y pasar a otro tema (véase 7.28-29; 11.1; 13.53; 19.1 y 26.1), indica el interés del evangelista por hacerlos resaltar. La fórmula con que concluye el último sermón es especialmente significativa: “Cuando acabó todas estas enseñanzas, Jesús...” (26.1). Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que en Mateo hay otras palabras o enseñanzas de Jesús, además de las reunidas en los cinco sermones mencionados (véase, por ej., el cap. 23), los cuales aparecen intercalados alternadamente entre las secciones narrativas. Los relatos de la infancia de Jesús (caps. 1–2) sirven de introducción; y los referidos a su pasión, muerte y resurrección constituyen la conclusión de toda la obra.
A la luz de lo dicho podemos destacar las siguientes grandes secciones de este evangelio:
I. Infancia de Jesús (1–2)
II. Jesús inicia su actividad pública (3–4)
III. Sermón del monte (5–7)
IV. Actividad pública de Jesús (8–9)
V. Instrucción para el apostolado (10.1–11.1)
VI. Actividad pública de Jesús (11.2–12.50)
VII. Siete parábolas de Jesús (13.1-52)
VIII. Actividad pública de Jesús (13.53–17.27)
IX. Sermón sobre la vida de la comunidad (18)
X. Actividad pública de Jesús (19–23)
XI. Sermón sobre el fin de los tiempos (24–25)
XII. Pasión y muerte (26–27)
XIII. ¡Jesús ha resucitado! (28)
Otros autores, teniendo en cuenta sobre todo el aspecto geográfico, dividen el evangelio de la siguiente manera:
I. Parte preparatoria (1.1–4.11)
II. Actividad de Jesús en Galilea (4.12–13.58)
III. Viajes por diversas regiones (14–20)
IV. Actividad en Jerusalén, pasión, muerte y resurrección (21–28)
1. Última actividad de Jesús (21–25)
2. Pasión, muerte y resurrección (26–28)
En la sección dedicada a la infancia de Jesús (caps. 1–2), el evangelista considera ya con claridad un aspecto que es preponderante en todo el evangelio: Jesús viene a cumplir las promesas hechas por Dios al pueblo de Israel. Esto, que queda insinuado ya en la propia lista inicial de los antepasados de Jesús (1.1-17), lo realza después mostrando en cada uno de los episodios de la infancia cómo se cumplen en ellos las Escrituras. Este tema se repetirá con frecuencia. Diez veces anota el autor, a lo largo de su evangelio, el cumplimiento de las Escrituras (1.22-23; 2.15; 2.17-18; 2.23; 4.14-16; 8.17; 12.17-21; 13.35; 21.4-5; 27.9-10).
Todo ello viene a mostrar que Jesús es el Mesías esperado por el pueblo de Israel. Este título (o el de Cristo, que significa lo mismo: Ungido) lo aplica el evangelista a Jesús desde la primera frase del evangelio (1.1). La misma idea, o una semejante, se expresa también con otros títulos, como Hijo del hombre (véase 8.20 nota n), Hijo de Dios (3.17 n.), Hijo de David (1.1 n.), Rey de los judíos (2.2) o, simplemente, Rey (25.34).
Mateo destaca mucho la labor docente de Jesús: él es el único Maestro (véase 23.8). De ahí la importancia que a sus discursos da Mateo. La enseñanza de Jesús no es como la de los otros maestros de la ley, que se dedican solo a interpretarla; Jesús enseña con una autoridad superior incluso a la de Moisés (véase 5.20-48).
La enseñanza de Jesús en este evangelio está centrada en el tema del reino de Dios o, como Mateo prefiere llamarlo, reino de los cielos. Más o menos cincuenta veces se encuentra una de ambas expresiones en el libro. Jesús proclama el reino de Dios con su palabra (véanse sobre todo los cinco grandes sermones), y con sus hechos muestra que ese reino empieza ya a ser realidad en el momento presente (véase en especial 12.28).
El Evangelio según Mateo da particular relieve a la misión que Jesús confía a los apóstoles (véase principalmente el cap. 10), a quienes encarga que anuncien la inminencia del reino de los cielos (10.7). También se preocupa Mateo de recoger las enseñanzas de Jesús relativas a la vida de la comunidad (de manera particular en el cap. 18).
Una buena parte del contenido del libro (cerca de la mitad) es común al Evangelio según Marcos, aunque en general se observa que Mateo escribe de una manera más concisa y estilísticamente más cuidada que Marcos. Otras secciones de Mateo (menos de una cuarta parte) tienen paralelos en Lucas, pero no en Marcos, y contienen, sobre todo, palabras de Jesús. Finalmente, hay una buena cantidad de material (más de una cuarta parte) propio de Mateo, sin paralelo exacto (o sin paralelo alguno) ni en Marcos ni en Lucas. A este último grupo pertenecen principalmente los capítulos de la infancia (Mt 1–2), las apariciones de Jesús resucitado (Mt 28.9-20) y también algunos dichos de Jesús, entre los que puede mencionarse, por ej., el relato del juicio de las naciones (Mt 25.31-46).
Una antigua tradición sostiene que Mateo fue escrito originalmente en hebreo (lo que puede referirse también al arameo), pero el único texto primitivo que se ha conocido siempre es el texto griego. Lo que sí aparece claro es que, en muchas de sus expresiones y temas preferidos, Mateo muestra una especial afinidad con el pensamiento hebreo. Tanto el autor como sus primeros lectores fueron, sin duda, personas familiarizadas con el Antiguo Testamento y con muchas de las tradiciones judías. Sin embargo, este evangelio muestra con toda claridad que el mensaje de salvación iba dirigido a todos los pueblos (véase 28.19).

Actualmente seleccionado:

MATEO NUEVO TESTAMENTO: DHHE

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