MATEO 26:1-46
MATEO 26:1-46 DHHE
Cuando acabó todas estas enseñanzas, Jesús dijo a sus discípulos: –Como sabéis, dentro de dos días es la fiesta de la Pascua, y el Hijo del hombre será entregado para que lo crucifiquen. Por aquel entonces, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos se reunieron en el palacio de Caifás, el sumo sacerdote, e hicieron planes para apresar a Jesús mediante algún engaño y matarlo. Pero decían: –No lo hagamos durante la fiesta, para que la gente no se alborote. Estaba Jesús en Betania, en casa de Simón, al que llamaban el leproso, y se le acercó una mujer que llevaba un frasco de alabastro lleno de un perfume muy caro. Mientras Jesús estaba sentado a la mesa, ella le derramó el perfume sobre la cabeza. Al ver esto, los discípulos se enojaron y comenzaron a decir: –¿Para qué este derroche? Podía haberse vendido el perfume por mucho dinero, para ayudar a los pobres. Jesús, que se dio cuenta, les dijo: –¿Por qué molestáis a esta mujer? Lo que ha hecho conmigo es bueno, porque a los pobres los tendréis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Esta mujer, al derramar el perfume sobre mi cuerpo, me estaba preparando para mi entierro. Os aseguro que dondequiera que se anuncie esta buena noticia se hablará también de lo que ha hecho esta mujer, y así será recordada. Uno de los doce discípulos, el llamado Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes y les preguntó: –¿Cuánto me daréis, si os entrego a Jesús? Ellos señalaron el precio: treinta monedas de plata. A partir de entonces, Judas empezó a buscar una ocasión oportuna para entregarles a Jesús. El primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: –¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? Él les contestó: –Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi hora está cerca, y voy a tu casa a celebrar la Pascua con mis discípulos.’ Los discípulos hicieron como Jesús les había mandado y prepararon la cena de Pascua. Al llegar la noche, Jesús se había sentado a la mesa con los doce discípulos; y mientras cenaban les dijo: –Os aseguro que uno de vosotros me va a traicionar. Ellos, llenos de tristeza, comenzaron a preguntarle uno tras otro: –Señor, ¿acaso soy yo? Jesús les contestó: –Uno que moja el pan en el mismo plato que yo, va a traicionarme. El Hijo del hombre ha de recorrer el camino que dicen las Escrituras, pero ¡ay de aquel que le traiciona! ¡Más le valdría no haber nacido! Entonces Judas, el que le estaba traicionando, le preguntó: –Maestro, ¿acaso soy yo? –Tú lo has dicho –contestó Jesús. Mientras cenaban, Jesús tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios lo partió y se lo dio a los discípulos, diciendo: –Tomad, comed, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa, y habiendo dado gracias a Dios la pasó a ellos, diciendo: –Bebed todos de esta copa, porque esto es mi sangre, con la que se confirma el pacto, la cual es derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados. Os digo que no volveré a beber de este producto de la vid hasta el día en que beba con vosotros vino nuevo en el reino de mi Padre. Después de cantar los salmos se fueron al monte de los Olivos. Y Jesús les dijo: –Esta noche, todos vais a perder vuestra confianza en mí. Así lo dicen las Escrituras: ‘Mataré al pastor y se dispersarán las ovejas.’ Pero cuando resucite, iré a Galilea antes que vosotros. Pedro le contestó: –Aunque todos pierdan su confianza en ti, yo no la perderé. Jesús le dijo: –Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Pedro afirmó: –Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo. Luego fue Jesús con sus discípulos a un lugar llamado Getsemaní, y les dijo: –Sentaos aquí mientras yo voy más allá a orar. Se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a sentirse muy triste y angustiado. Les dijo: –Siento en mi alma una tristeza de muerte. Quedaos aquí y permaneced despiertos conmigo. Y adelantándose unos pasos, se inclinó hasta el suelo y oró, diciendo: –Padre mío, si es posible, líbrame de esta copa amarga: pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Luego volvió adonde estaban los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: –¿Ni siquiera una hora habéis podido permanecer despiertos conmigo? Permaneced despiertos y orad para no caer en tentación. Tenéis buena voluntad, pero vuestro cuerpo es débil. Por segunda vez se fue, y oró así: –Padre mío, si no es posible evitar que yo sufra esta prueba, hágase tu voluntad. Cuando volvió, encontró de nuevo dormidos a los discípulos, porque los ojos se les cerraban de sueño. Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Entonces regresó a donde estaban los discípulos y les dijo: –¿Aún seguís durmiendo y descansando? Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vámonos: ya se acerca el que me traiciona!