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JUAN 4:1-30

JUAN 4:1-30 DHHE

Los fariseos oyeron decir que Jesús tenía más seguidores y bautizaba más que Juan (aunque en realidad no era Jesús quien bautizaba, sino sus discípulos). Cuando Jesús se enteró de ello, salió de Judea para volver a Galilea. En su camino tenía que pasar por la región de Samaria. Llegó así a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob había dado en herencia a su hijo José. Allí estaba el pozo que llamaban de Jacob. Cerca del mediodía, Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Los discípulos habían ido al pueblo a comprar algo de comer. En esto una mujer de Samaria llegó al pozo a sacar agua, y Jesús le pidió: –Dame un poco de agua. Pero como los judíos no tienen trato con los samaritanos, la mujer le respondió: –¿Cómo tú, que eres judío, me pides agua a mí, que soy samaritana? Jesús le contestó: –Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva. La mujer le dijo: –Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es muy hondo: ¿de dónde vas a darme agua viva? Nuestro antepasado Jacob nos dejó este pozo, del que él mismo bebía y del que bebían también sus hijos y sus animales. ¿Acaso eres tú más que él? Jesús le contestó: –Los que beben de esta agua volverán a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, jamás volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré brotará en él como un manantial de vida eterna. La mujer le dijo: –Señor, dame de esa agua, para que no vuelva yo a tener sed ni haya de venir aquí a sacarla. Jesús le dijo: –Ve a llamar a tu marido y vuelve acá. –No tengo marido –contestó ella. Jesús le dijo: –Bien dices que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es tu marido. Es cierto lo que has dicho. Al oir esto, le dijo la mujer: –Señor, ya veo que eres un profeta. Nuestros antepasados los samaritanos adoraron a Dios aquí, en este monte, pero vosotros los judíos decís que debemos adorarle en Jerusalén. Jesús le contestó: –Créeme, mujer, llega la hora en que adoraréis al Padre sin tener que venir a este monte ni ir a Jerusalén. Vosotros no sabéis a quién adoráis; nosotros, en cambio, sí sabemos a quién adoramos, pues la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora, y es ahora mismo, cuando los que de veras adoran al Padre lo harán conforme al Espíritu de Dios y a la verdad. Pues así quiere el Padre que le adoren los que le adoran. Dios es Espíritu, y los que le adoran deben hacerlo conforme al Espíritu de Dios y a la verdad. Dijo la mujer: –Yo sé que ha de venir el Mesías (es decir, el Cristo) y que cuando venga nos lo explicará todo. Jesús le dijo: –El Mesías soy yo, que estoy hablando contigo. En esto llegaron sus discípulos. Se quedaron sorprendidos al ver a Jesús hablando con una mujer, pero ninguno se atrevió a preguntarle qué quería o de qué hablaba con ella. La mujer dejó su cántaro y se fue al pueblo a decir a la gente: –Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Mesías? Entonces salieron del pueblo y fueron adonde estaba Jesús.

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