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GÉNESIS 37:3-36

GÉNESIS 37:3-36 DHHE

Israel quería a José más que a sus otros hijos, porque había nacido siendo él ya anciano. Por eso le hizo una túnica muy elegante. Pero al darse cuenta sus hermanos de que su padre le quería más que a todos ellos, llegaron a odiarle y ni siquiera le saludaban. Una vez José tuvo un sueño, y se lo contó a sus hermanos; y ellos le odiaron más todavía, porque les dijo: –Escuchad, voy a contaros el sueño que he tenido. Soñé que todos nosotros estábamos en el campo, atando manojos de trigo; de pronto, mi manojo se levantó y quedó derecho, y vuestros manojos se pusieron alrededor del mío hiciéndole reverencias. Entonces sus hermanos contestaron: –¿Quieres decir que tú vas a ser nuestro rey, y que nos vas a dominar? Y le odiaron todavía más por sus sueños y por la forma en que los contaba. Después José tuvo otro sueño, que también contó a sus hermanos. Les dijo: –¿Sabéis que he tenido otro sueño, en el que veía que el sol, la luna y once estrellas me hacían reverencias? Cuando José contó este sueño a su padre y a sus hermanos, su padre le reprendió, diciéndole: –¿Qué significa ese sueño que has tenido? ¿Acaso tu madre, tus hermanos y yo tendremos que inclinarnos delante de ti? Y sus hermanos le tenían envidia; pero su padre pensaba mucho en este asunto. Un día los hermanos de José fueron a Siquem, buscando pastos para las ovejas de su padre. Entonces Israel dijo a José: –Mira, tus hermanos están en Siquem cuidando las ovejas. Quiero que vayas a verlos. –Iré con mucho gusto –contestó José. –Bueno –dijo Israel–, ve y mira cómo están tus hermanos y las ovejas, y regresa luego a traerme noticias. Israel envió a José desde el valle de Hebrón, pero cuando José llegó a Siquem, se perdió por el campo. Entonces un hombre lo encontró, y le preguntó: –¿Qué andas buscando? –Ando buscando a mis hermanos –respondió José–. ¿Podrías decirme dónde están cuidando las ovejas? –Ya se han ido de aquí –dijo el hombre–. Les oí decir que se iban a Dotán. José fue en busca de sus hermanos, y los encontró en Dotán. Ellos le vieron venir de lejos, y antes de que se acercara hicieron planes para matarlo. Se dijeron unos a otros: –¡Mirad, ahí viene el de los sueños! Venid, matémoslo; luego lo echaremos a un pozo y diremos que un animal salvaje se lo comió. ¡Y a ver qué pasa con sus sueños! Cuando Rubén oyó esto, quiso librarle de sus hermanos, y dijo: –No lo matemos. No derraméis sangre. Echadlo a este pozo que está en el desierto, pero no le pongáis la mano encima. Rubén dijo esto porque quería salvar a José y devolvérselo a su padre; pero al llegar José a donde estaban sus hermanos, estos le quitaron la túnica que llevaba puesta, lo cogieron y lo echaron al pozo, que estaba vacío y seco. Después se sentaron a comer. En esto, vieron llegar una caravana de ismaelitas que venían de Galaad y que en sus camellos traían perfumes, bálsamo y mirra, para llevarlos a Egipto. Entonces Judá dijo a sus hermanos: –¿Qué ganamos con matar a nuestro hermano y luego tratar de ocultar su muerte? Es mejor que lo vendamos a los ismaelitas y no que lo matemos, porque después de todo es nuestro hermano. Sus hermanos estuvieron de acuerdo con él, así que cuando los comerciantes madianitas pasaban por allí, los hermanos de José lo sacaron del pozo y lo vendieron a los ismaelitas por veinte monedas de plata. Así se llevaron a José a Egipto. Más tarde, Rubén regresó al pozo, y al no encontrar dentro a José, rasgó su ropa en señal de dolor. Luego volvió a donde estaban sus hermanos, y les dijo: –¡El muchacho ya no está! ¿Ahora qué voy a hacer? Entonces ellos tomaron la túnica de José y la mancharon con la sangre de un cabrito que mataron; luego mandaron la túnica a su padre, con este mensaje: “Encontramos esto. Mira bien si es o no la túnica de tu hijo.” En cuanto Jacob la reconoció, dijo: “¡Sí, es la túnica de mi hijo! Algún animal salvaje lo hizo pedazos y se lo comió.” Entonces Jacob rasgó su ropa y se vistió de luto, y por mucho tiempo lloró la muerte de su hijo. Todos sus hijos y sus hijas trataban de consolarle, pero él no quería ser consolado; al contrario, lloraba por su hijo y decía: “Guardaré luto por mi hijo hasta que vaya a reunirme con él entre los muertos.” En Egipto, los madianitas vendieron a José a un hombre llamado Potifar, que era funcionario del faraón, el rey de Egipto, y capitán de su guardia.