ÉXODO 1:1-21
ÉXODO 1:1-21 DHHE
Estos son los nombres de los israelitas que llegaron con Jacob a Egipto, cada uno con su familia: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad y Aser. Los descendientes de Jacob sumaban en total setenta personas. José ya estaba en Egipto. José y sus hermanos, y todos los de aquella generación, murieron; pero como los israelitas tenían muchos hijos, se multiplicaron de tal manera que llegaron a ser muy poderosos. El país estaba lleno de ellos. Más tarde hubo un nuevo rey en Egipto, que no había conocido a José y que dijo a su pueblo: “Mirad, el pueblo israelita es más numeroso y más poderoso que nosotros; así que debemos hacer algo para impedir que sigan aumentando, porque podría suceder que, en caso de guerra, se pusieran de parte de nuestros enemigos para pelear contra nosotros, y se fueran de este país.” Por eso los egipcios pusieron capataces encargados de someter a los israelitas a trabajos muy duros. Les hicieron construir las ciudades de Pitón y Ramsés, que el faraón, rey de Egipto, utilizaba para almacenar provisiones. Pero cuanto más los maltrataban, más aumentaban. Así que los egipcios les tenían mucho miedo. Los egipcios esclavizaron cruelmente a los israelitas. Les amargaron la vida sometiéndolos a rudos trabajos: preparar barro y hacer adobes, y atender a todos los trabajos del campo. En todo esto los israelitas eran tratados con crueldad. Además el rey de Egipto habló con Sifrá y Puá, que eran parteras de las hebreas, y les dijo: –Cuando atendáis a las hebreas en sus partos, fijaos en el sexo del recién nacido. Si es niña, dejadla vivir, pero si es niño, ¡matadlo! Sin embargo, las parteras tuvieron temor de Dios y no hicieron lo que el rey de Egipto les había ordenado, sino que dejaron vivir a los niños. Entonces el rey de Egipto las mandó llamar y les dijo: –¿Por qué habéis dejado vivir a los niños? –Porque las mujeres hebreas no son como las egipcias –contestaron ellas–. Al contrario, son muy robustas y dan a luz antes de que nosotras lleguemos a atenderlas. De esta manera el pueblo israelita seguía creciendo en número, y cada vez se hacía más poderoso. Además, como las parteras tuvieron temor de Dios, él las favoreció y les concedió una familia numerosa.