HECHOS 15:1-31
HECHOS 15:1-31 DHHE
Por aquel tiempo, algunos que habían ido de Judea a Antioquía comenzaron a enseñar a los hermanos que no podían ser salvos si no se sometían al rito de la circuncisión, conforme a la práctica establecida por Moisés. Pablo y Bernabé tuvieron por esto una fuerte discusión con ellos. Luego se decidió que Pablo, Bernabé y algunos otros fueran a Jerusalén, a tratar este asunto con los apóstoles y ancianos de la iglesia de aquella ciudad. Enviados, pues, por los de la iglesia de Antioquía, al pasar por las regiones de Fenicia y Samaria contaron cómo los no judíos habían dejado sus antiguas creencias para seguir a Dios. Y todos los hermanos se alegraron mucho de estas noticias. Al llegar a Jerusalén, Pablo y Bernabé fueron recibidos por la iglesia, y por los apóstoles y ancianos, y contaron todo lo que Dios había hecho con ellos. Pero algunos fariseos que habían creído se levantaron y dijeron: –Es preciso circuncidar a los creyentes que no son judíos, y mandarles que cumplan la ley de Moisés. Se reunieron entonces los apóstoles y los ancianos para estudiar este asunto. Después de mucho discutir, Pedro se levantó y dijo: –Hermanos, ya sabéis que hace tiempo Dios me escogió entre vosotros para comunicar la buena noticia de la salvación a los no judíos, para que también ellos crean. Y Dios, que conoce los corazones, mostró que los aceptaba, pues les dio el Espíritu Santo a ellos lo mismo que a nosotros. Dios no ha hecho ninguna diferencia entre ellos y nosotros, ya que también ha purificado sus corazones por medio de la fe. Así pues, ¿por qué desafiáis a Dios imponiendo sobre estos creyentes una carga que ni nosotros ni nuestros antepasados hemos podido soportar? En realidad, nosotros creemos que somos salvados gratuitamente por la bondad del Señor Jesús, lo mismo que ellos. Todos escucharon en silencio lo que Bernabé y Pablo decían acerca de las señales y milagros que Dios había hecho por medio de ellos entre los no judíos. Cuando terminaron de hablar, Santiago dijo: –Hermanos, oídme: Simón nos ha contado cómo Dios favoreció por primera vez a los no judíos, escogiendo también de entre ellos un pueblo para sí mismo. Esto está de acuerdo con lo que escribieron los profetas, como dice la Escritura: ‘Después de esto volveré y reconstruiré la casa caída de David; reconstruiré sus ruinas y la volveré a levantar, para que los demás busquen al Señor junto con todas las naciones que han sido consagradas a mi nombre. El Señor, que dio a conocer estas cosas desde tiempos antiguos, ha dado su palabra.’ “Por lo tanto, considero que no se debe imponer la carga de la ley a aquellos que, no siendo judíos, dejan sus antiguas creencias para seguir a Dios. Basta con escribirles que se aparten de todo lo que haya sido contaminado por los ídolos, que eviten toda inmoralidad sexual y que no coman carne de animales estrangulados o ahogados, ni tampoco sangre. Porque desde los tiempos antiguos hay en cada pueblo quienes predican la ley de Moisés, que se lee en las sinagogas todos los sábados.” Los apóstoles y los ancianos, con toda la iglesia, decidieron enviar a algunos de ellos con Pablo y Bernabé a Antioquía. Escogieron a Judas, también llamado Barsabás, y a Silas, que eran hombres de importancia entre los hermanos, y con ellos mandaron la siguiente carta: “Nosotros, los apóstoles y ancianos, hermanos vuestros, saludamos a los hermanos no judíos que viven en Antioquía, Siria y Cilicia. Hemos sabido que algunas personas han ido de aquí sin nuestra autorización, y que os han molestado con sus palabras y os han confundido. Por eso, de común acuerdo, nos ha parecido bien escoger a algunos de entre nosotros para que vayan a veros junto con nuestros muy queridos hermanos Bernabé y Pablo, quienes han puesto sus vidas en peligro por la causa de nuestro Señor Jesucristo. Así que os enviamos a Judas y Silas: ellos hablarán personalmente con vosotros para explicaros todo esto. Pues ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros más cargas que estas indispensables: que no comáis carne de animales ofrecidos en sacrificio a los ídolos, que no comáis sangre ni tampoco carne de animales ahogados, y que evitéis toda inmoralidad sexual. Si os guardáis de estas cosas, actuaréis correctamente. Que os vaya bien.” Ellos, después de despedirse, se dirigieron a Antioquía y, habiendo reunido a la comunidad, les entregaron la carta. Cuando los hermanos la leyeron, se alegraron mucho por el consuelo que les ofrecía.