HECHOS 13:13-49
HECHOS 13:13-49 DHHE
Pablo y sus compañeros, habiendo embarcado en Pafos, viajaron a Perge, en la región de Panfilia; pero Juan los dejó y regresó a Jerusalén. De Perge pasaron a Antioquía, ciudad de Pisidia, donde el sábado entraron en la sinagoga y se sentaron. Después de leer en los libros de la ley y de los profetas, los jefes de la sinagoga los invitaron: –Hermanos, si tenéis algo que decir para dar ánimos a la gente, decidlo ahora. Entonces Pablo se levantó, y pidiéndoles con la mano que guardaran silencio, dijo: –Escuchad, israelitas, y también vosotros, los extranjeros que tenéis temor de Dios: El Dios del pueblo de Israel escogió a nuestros antepasados, hizo de ellos una nación grande cuando todavía vivían como extranjeros en Egipto, y después, con su poder, los sacó de aquella tierra. Dios soportó su conducta en el desierto durante unos cuarenta años, y en el país de Canaán destruyó siete naciones para repartir sus tierras entre ellos. Todo esto duró unos cuatrocientos cincuenta años. “Después les dio caudillos, hasta los días del profeta Samuel. Entonces ellos pidieron un rey que los gobernase, y Dios les dio como rey a Saúl, hijo de Quis. Saúl, perteneciente a la tribu de Benjamín, reinó cuarenta años, al cabo de los cuales Dios lo quitó y puso en su lugar a David, de quien dijo: ‘He hallado que David, hijo de Jesé, es un hombre que me agrada y que está dispuesto a hacer todo lo que yo quiero.’ Uno de los descendientes de este mismo David fue Jesús, a quien Dios envió para salvar a Israel, tal como había prometido. Antes que Jesús viniera, Juan anunciaba el mensaje a todo el pueblo de Israel, diciéndoles que debían convertirse a Dios y ser bautizados. Y cuando ya Juan se iba acercando al fin de su vida, decía: ‘Yo no soy el que vosotros pensáis, pero después de mí viene uno de quien ni siquiera soy digno de desatar las sandalias de los pies.’ “Hermanos descendientes de Abraham, y vosotros, los extranjeros que tenéis temor de Dios: este mensaje de salvación es para vosotros. Pues los habitantes de Jerusalén y sus jefes no sabían quién era Jesús ni entendían las palabras de los profetas que se leen en las sinagogas todos los sábados. Así, ellos mismos, al condenar a Jesús, cumplieron esas profecías. Y aunque no encontraron en él motivo alguno para darle muerte, pidieron a Pilato que ordenara matarlo. Luego, cuando ya habían hecho todo lo que se decía de él en las Escrituras, lo bajaron de la cruz y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó, y durante muchos días se apareció Jesús a los que le habían acompañado en su viaje de Galilea a Jerusalén. Ahora son ellos quienes hablan de Jesús a la gente. “Así que nosotros os damos esta buena noticia: la promesa que Dios hizo a nuestros antepasados nos la ha cumplido a nosotros, que somos los descendientes. Esto lo ha hecho resucitando a Jesús, como está escrito en el salmo segundo: ‘Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy.’ Dios ya había anunciado que lo resucitaría para que su cuerpo no se descompusiera. Lo dicen las Escrituras: ‘Cumpliré las santas y verdaderas promesas que hice a David.’ Y por eso dice también en otro lugar: ‘No permitirás que se descomponga el cuerpo de tu santo siervo.’ Ahora bien, lo cierto es que David sirvió a la gente de su tiempo según Dios se lo había ordenado, y después murió y se reunió con sus padres y su cuerpo se descompuso. En cambio, el cuerpo de aquel que Dios resucitó no se descompuso. Así pues, hermanos, debéis saber que el perdón de los pecados se os anuncia por medio de Jesús. Por él, todos los que creen quedan perdonados de cuanto bajo la ley de Moisés no tenía perdón. Cuidad, pues, que no caiga sobre vosotros lo que escribieron los profetas: ‘Mirad, vosotros que despreciáis, asombraos y desapareced, porque en vuestros días haré cosas tales que no las creeríais si alguien os las contara.’ ” Cuando Pablo y sus compañeros salieron de la sinagoga de los judíos, los que no eran judíos de nacimiento les pidieron que el siguiente sábado les hablasen también de estas cosas. Una vez terminada la reunión en la sinagoga, muchos de los judíos y de los que se habían convertido al judaísmo siguieron a Pablo y Bernabé. Y estos les aconsejaban que permanecieran firmes en el llamamiento que habían recibido por el amor de Dios. El sábado de la siguiente semana, la ciudad se reunió casi en pleno para oir el mensaje del Señor. Pero al ver tanta gente, los judíos se llenaron de envidia y comenzaron a contradecir a Pablo y a insultarle. Pablo y Bernabé respondieron con valentía: –Teníamos el deber de anunciar el mensaje de Dios en primer lugar a vosotros, que sois judíos; pero, puesto que lo rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, nos iremos a los no judíos. Porque así nos lo mandó el Señor, diciendo: ‘Te he puesto como luz de las naciones, para que lleves mi salvación hasta los lugares más lejanos de la tierra.’ Al oir esto, los que no eran judíos se alegraron y comenzaron a decir que el mensaje del Señor era bueno; y creyeron todos los que estaban destinados a la vida eterna. De esta manera se predicaba el mensaje del Señor por toda aquella región.