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APOCALIPSIS 21:9-25

APOCALIPSIS 21:9-25 RV2020

Entonces se me acercó uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete últimas plagas y me dijo: «Ven, te presentaré a la novia, la esposa del Cordero». Me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto y me mostró la gran ciudad, la santa Jerusalén, que descendía del cielo enviada por Dios. Tenía la gloria de Dios y su resplandor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, transparente como el cristal. Tenía una muralla grande y alta. En ella había doce puertas protegidas por doce ángeles, en las que estaban grabados los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. Tres puertas daban al oriente, tres puertas al norte, tres puertas al sur, y tres puertas al occidente. La muralla de la ciudad tenía doce cimientos, en los que estaban escritos los nombres de los doce apóstoles del Cordero. El que hablaba conmigo tenía una caña de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muralla. La ciudad era cuadrada, pues, medía lo mismo de largo que de ancho. Con la caña midió la ciudad, la cual tenía dos mil doscientos kilómetros: su longitud, su altura y su anchura eran iguales. Y midió su muralla, la cual tenía sesenta y cinco metros, según las medidas humanas que el ángel usaba. El material de su muralla era de jaspe, pero la ciudad era de oro puro, semejante al cristal pulido. Los cimientos de la muralla de la ciudad estaban adornados con toda clase de piedras preciosas. El primer cimiento era de jaspe, el segundo, de zafiro; el tercero, de ágata; el cuarto, de esmeralda; el quinto, de ónice; el sexto, de cornalina; el séptimo, de crisólito; el octavo, de berilo; el noveno, de topacio; el décimo, de crisoprasa; el undécimo, de jacinto, y el duodécimo, de amatista. Las doce puertas eran doce perlas: cada una de las puertas estaba hecha de una sola perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como el cristal. En ella no vi ningún templo, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella, porque la gloria de Dios la ilumina y el Cordero es su lumbrera. Las naciones que hayan sido salvas andarán a la luz de ella, y los reyes de la tierra le entregarán su gloria y su honor. Sus puertas nunca se cerrarán de día, pues allí no habrá noche.

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