LUCAS 9:1-27
LUCAS 9:1-27 RV2020
Habiendo reunido Jesús a los doce, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y también para curar enfermedades. Y los envió a predicar el reino de Dios y a curar a los enfermos. Les dijo: —No llevéis nada para el camino: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero. Tampoco llevéis dos túnicas. Quedaos en cualquier casa donde entréis hasta que salgáis del lugar. Salid de aquella ciudad cuyos habitantes no os reciban bien y sacudid el polvo de vuestros pies como demostración de su desprecio. Los discípulos salieron y pasaban por todas las aldeas anunciando en todas partes el evangelio y curando a los enfermos. Herodes, el tetrarca, se enteró de todas las cosas que hacía Jesús y estaba perplejo, porque algunos decían: «Juan ha resucitado de entre los muertos»; otros: «Elías ha aparecido»; y otros: «Algún profeta de los antiguos ha resucitado». Y dijo Herodes: —A Juan yo lo hice decapitar. ¿Quién, pues, es este de quien cuentan tales cosas? Y procuraba la ocasión de conocerlo. Cuando volvieron los apóstoles, le contaron a Jesús todo lo que habían hecho. Jesús se los llevó a solas a un lugar desierto hacia una ciudad llamada Betsaida. Pero la gente se enteró y le siguió. Jesús los recibió, les hablaba del reino de Dios y curaba a quienes lo necesitaban. El día había comenzado a declinar y acercándose los doce le dijeron: —Despide a la gente para que yendo a las aldeas y campos vecinos busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar desierto. Él les dijo: —Dadles vosotros de comer. Respondieron ellos: —No tenemos más que cinco panes y dos peces, a no ser que vayamos a comprar alimentos para toda esta multitud. Los congregados eran como cinco mil. Entonces dijo a sus discípulos: —Haced que se recuesten formando grupos de cincuenta. Así lo hicieron: todos se recostaron. Y Jesús, tomando los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, los bendijo, los partió y dio a sus discípulos para que estos los distribuyeran entre la gente. Comieron y se saciaron todos, y recogiendo los pedazos sobrantes llenaron doce cestas. En una ocasión Jesús estaba orando a solas, los discípulos estaban con él y les preguntó: —¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos respondieron: —Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, algún profeta de los antiguos que ha resucitado. Y Jesús les preguntó de nuevo: —¿Y vosotros quién decís que soy? Respondió Pedro: —El Cristo de Dios. Pero él les ordenó con severidad que a nadie dijeran esto. Y añadió: —Es necesario que el Hijo del Hombre padezca mucho y sea rechazado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, que muera y resucite al tercer día. Y dijo también, dirigiéndose a todos: —Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá y el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si de ese modo se destruye o se pierde a sí mismo? Porque, si alguno se avergüenza de mí y de mis palabras, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en su gloria, y en la gloria del Padre y de los santos ángeles. Os aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin haber visto antes el reino de Dios.