LUCAS 24:9-32
LUCAS 24:9-32 RV2020
y, regresando del sepulcro, llevaron la noticia a los once y a todos los demás. Quienes se lo comunicaron eran María Magdalena, Juana, María, madre de Jacobo, y las otras que estaban con ellas. A los apóstoles les pareció todo esto una locura y no las creyeron. Sin embargo, Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro. Cuando miró dentro, vio solo las vendas de lino, y volvió a casa asombrado por lo que había sucedido. Dos de los discípulos iban ese mismo día a una aldea llamada Emaús, situada a unos once kilómetros de Jerusalén. Iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y empezó a caminar con ellos. Pero sus ojos estaban incapacitados para reconocerlo. Él les preguntó: —¿De qué vais discutiendo por el camino? Se detuvieron con el semblante abatido. Uno de ellos, llamado Cleofás, dijo: —Seguramente tú eres el único forastero en toda Jerusalén que no se ha enterado de lo que ha pasado allí estos días. Él les preguntó: —¿Y qué ha sucedido? Y ellos respondieron: —Lo de Jesús nazareno, un profeta poderoso en hechos y palabras delante de Dios y de todo el pueblo. Los sumos sacerdotes y nuestros gobernantes le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros teníamos la esperanza de que él fuera quien había de redimir a Israel, sin embargo, ya han pasado tres días desde que todo esto pasó. El caso es que unas mujeres de nuestro grupo nos han dejado inquietos, porque de madrugada han estado en el sepulcro y al no encontrar su cuerpo, han venido contando que tuvieron una visión, en la que unos ángeles les dijeron que él vive. Algunos de los nuestros fueron después al sepulcro y lo encontraron tal y como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron. Jesús, entonces, les dijo: —¡Ay, insensatos! ¡Qué lentos sois para creer todo lo que los profetas anunciaron! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas antes de entrar en su gloria? Y, empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les fue explicando cada uno de los pasajes de las Escrituras que se referían a él mismo. Llegaron a la aldea adonde se dirigían y él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le rogaron insistentemente: —Quédate con nosotros. Ya es tarde y la noche se está echando encima. Jesús entró y se quedó con ellos. Y estando sentados a la mesa, Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: —¿No estaba ardiendo nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?