LUCAS 23:33-56
LUCAS 23:33-56 RV2020
Llegaron al lugar llamado de la Calavera y allí crucificaron a Jesús y a los malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús decía: —Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Los soldados se repartieron sus vestidos echándolos a suertes. El pueblo estaba mirando mientras las autoridades se burlaban de Jesús, diciendo: —Puesto que ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el Cristo, el escogido de Dios. Los soldados también se reían de él: se acercaban ofreciéndole vinagre y decían: —Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Sobre él habían fijado un letrero escrito con letras griegas, latinas y hebreas. Decía: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores que estaban colgados le insultaba y le decía: —¿No eres tú el Cristo? ¡Pues sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros! Pero el otro le reprendió diciendo: —¿Ni siquiera ahora, que sufres la misma condena, temes a Dios? Nosotros estamos pagando justamente. Recibimos lo que merecemos por los actos cometidos, pero este no ha hecho nada malo. Y dijo a Jesús: —Acuérdate de mí cuando vayas a tu reino. Jesús respondió: —Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso. Alrededor del mediodía, toda la tierra quedó sumida en oscuridad hasta las tres de la tarde. El sol se oscureció y el velo del templo se rasgó por la mitad. Entonces Jesús pegó un gran grito y dijo: —Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto expiró. Cuando el centurión vio lo que había sucedido, alabó a Dios diciendo: —Verdaderamente, este hombre era justo. La multitud que había asistido a este espectáculo, al ver lo que había acontecido, se volvían a la ciudad golpeándose el pecho. Pero todos los conocidos de Jesús y las mujeres que le habían seguido desde Galilea se quedaron observando a cierta distancia lo que sucedía. José, natural de Arimatea, ciudad de Judea, hombre bueno y justo, era miembro del Concilio. José, que también esperaba el reino de Dios y que no había consentido en el acuerdo ni en la actuación de sus compañeros, fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana de lino y lo depositó en un sepulcro excavado en una peña, donde nadie aún había sido sepultado. Era el día de la preparación de la Pascua y el sábado ya estaba comenzando. Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea, siguieron a José y vieron el sepulcro y cómo su cuerpo fue depositado en él. Después regresaron a su casa para preparar especias aromáticas y ungüentos, y el sábado descansaron, conforme a lo prescrito por la ley.