LUCAS 15:3-32
LUCAS 15:3-32 RV2020
Entonces él les contó esta parábola: —¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve solas en el desierto y va a buscar a la que se perdió hasta encontrarla? Y una vez que la ha encontrado, la pone sobre sus hombros gozoso. Luego llega a casa y reúne a sus amigos y vecinos y les dice: «Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido». Os digo que igualmente habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento. ¿O qué mujer que tiene diez monedas, si pierde una, no enciende la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la ha encontrado reúne a sus amigas y vecinas y les dice: «Alegraos conmigo, porque he encontrado la moneda que había perdido». Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente. También contó esta otra parábola: —Un hombre tenía dos hijos y el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde». El padre les repartió los bienes. Pocos días después, el menor, tras juntar todo lo que le correspondía, se fue a una provincia lejana y apartada y allí despilfarró su herencia de mala manera. Todo lo había malgastado cuando sobrevino una gran hambruna en aquel lugar y él comenzó a pasar necesidad. Entonces se puso al servicio de uno de los ciudadanos de aquella tierra y este le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Él deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los cerdos, pues nadie le daba comida. Recapacitando se dijo: «¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus jornaleros”». Y abandonando el país se dirigió a la casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, le vio su padre, quien, profundamente conmovido, corrió a su encuentro y se echó sobre su cuello y lo besó. Y el hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que me llames hijo». Pero el padre dijo a sus siervos: «Sacad el mejor vestido y vestidle. Poned un anillo en su dedo y calzado en sus pies. Traed el becerro engordado, matadlo y comamos y hagamos fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida. Se había perdido y ha sido hallado». Y comenzaron la celebración. El hijo mayor estaba en el campo. Según se iba acercando a casa, oyó la música y las danzas y llamando a uno de los criados le preguntó qué era aquello. El criado le dijo: «Tu hermano ha regresado y tu padre ha hecho matar el becerro engordado por haberlo recobrado sano y salvo». El hijo mayor se enojó y no quería entrar. Entonces salió su padre y le rogó que entrara. Mas él respondió al padre: «Desde hace muchos años vengo trabajando para ti, sin desobedecerte en nada, y tú jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer fiesta con mis amigos. Pero cuando vino este hijo tuyo, que ha malgastado tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro engordado». El padre entonces le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas. Pero era necesario hacer fiesta y alegrarnos, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado».