JOSUÉ 2:2-21
JOSUÉ 2:2-21 RV2020
Entonces le fue dado este aviso al rey de Jericó: —Unos hombres de los hijos de Israel han venido aquí esta noche para espiar la tierra. El rey de Jericó mandó a decir a Rahab: —Saca a los hombres que han venido a verte y han entrado a tu casa, porque han llegado para espiar toda la tierra. Pero la mujer, que había tomado a los dos hombres y los había escondido, respondió: —Es verdad que unos hombres vinieron a mi casa, pero no supe de dónde eran. Cuando se iba a cerrar la puerta de la ciudad, pues era ya oscuro, esos hombres salieron y no sé a dónde han ido. Seguidlos aprisa y los alcanzaréis. Pero ella los había hecho subir a la azotea, y los había escondido entre los manojos de lino que tenía puestos allí. Los hombres salieron tras ellos por el camino del Jordán, hasta los vados, y la puerta fue cerrada después que salieron los perseguidores. Antes de que los espías se durmieran, ella subió a la azotea y les dijo: —Sé que el Señor os ha dado esta tierra. Os tenemos miedo y todos los habitantes del país tiemblan ante vosotros. Porque hemos oído que el Señor hizo secar las aguas del mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto, y también lo que habéis hecho con los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán, con Sehón y Og, a quienes habéis destruido. Al oír esto, ha desfallecido nuestro corazón, y no ha quedado hombre alguno con ánimo para resistiros, porque el Señor, vuestro Dios, es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra. Os ruego pues, ahora, que me juréis por el Señor, que como yo he tenido misericordia de vosotros, así la tendréis vosotros de la casa de mi padre. Dadme una señal segura de que salvaréis la vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas, y a todo cuanto les pertenece, y que libraréis nuestras vidas de la muerte. Ellos le respondieron: —Nuestra vida responderá por la vuestra, si no denuncias este asunto que nos concierne; y cuando el Señor nos haya dado la tierra, te trataremos con bondad y lealtad. Entonces ella los hizo descender con una cuerda por la ventana, pues su casa estaba en el muro de la ciudad y ella vivía en el muro. Les dijo: —Marchaos al monte, para que los que fueron tras vosotros no os encuentren. Estad escondidos allí tres días, hasta que vuelvan los que os persiguen; después os iréis por vuestro camino. Ellos le dijeron: —Nosotros quedaremos libres de este juramento que nos has exigido si tu no cumples con esta condición: cuando nosotros entremos en la tierra, tú atarás este cordón rojo a la ventana por la cual nos descolgaste, y reunirás en tu casa a tu padre y a tu madre, a tus hermanos y a toda la familia de tu padre. Cualquiera que salga fuera de las puertas de tu casa, será responsable de su propia muerte y nosotros estaremos libres de culpa. Pero de cualquiera que esté en la casa contigo, seremos responsables de su muerte, si alguna mano lo toca. Y si tú denuncias este nuestro asunto, nosotros quedaremos libres de este juramento que nos has exigido. —Sea así como habéis dicho —respondió ella. Luego los despidió; ellos se fueron y ella ató el cordón rojo a la ventana.