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JUAN 12:1-50

JUAN 12:1-50 RV2020

Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de entre los muertos. Le hicieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús. Entonces María tomó una libra de perfume muy caro de nardo puro, y ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. El aroma del perfume llenó toda la casa. Uno de sus discípulos, Judas Iscariote, hijo de Simón, quien le había de entregar, dijo: —Ese perfume ha debido costar el equivalente al jornal de todo un año. ¿Por qué no se ha vendido y se les ha dado a los pobres? Pero dijo esto, no porque se preocupara por los pobres, sino porque era ladrón y, como se encargaba de la bolsa, se quedaba con parte de lo que en ella se echaba. Jesús dijo: —¡Déjala!, esto lo tenía preparado para el día de mi sepultura. A los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Un gran número de judíos se enteró de que Jesús estaba en Betania, y fueron allá, no solo atraídos por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Pero los principales sacerdotes acordaron dar muerte también a Lázaro, pues por él muchos de los judíos se alejaban de ellos y creían en Jesús. Al día siguiente, muchos de los que habían acudido a la fiesta, al enterarse de que Jesús se acercaba a Jerusalén tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle clamando: —¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! Jesús halló un asnillo y montó sobre él, según dice la Escritura: No temas, hija de Sion; tu Rey viene, montado sobre un pollino de asna . Al principio, sus discípulos no entendieron estas cosas, pero cuando Jesús fue glorificado se acordaron de que estaban escritas acerca de él y que se habían cumplido. Y la gente que estaba con él cuando ordenó a Lázaro que saliera del sepulcro y le resucitó de entre los muertos daba testimonio del hecho. También por esto, por haber oído contar el milagro realizado por Jesús, una multitud había salido a recibirle. Mas los fariseos dijeron entre sí: —Ya veis que no conseguís nada. Mirad, todo el mundo lo sigue. Entre quienes habían subido a adorar a Dios en la fiesta había unos griegos. Estos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le dijeron: —Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe se lo dijo a Andrés y ambos se lo comunicaron a Jesús. Jesús les respondió: —Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. Os aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, seguirá siendo un único grano, pero si muere produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá; y el que en este mundo aborrece su vida la guardará para vida eterna. Si alguno quiere servirme, sígame. Donde yo esté, allí también estará mi servidor. A quien me sirva, mi Padre le honrará. Ahora está turbada mi alma. ¿Voy a decir: Padre, sálvame de esta tribulación? Pero si precisamente he venido para vivir esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: —Lo he glorificado y lo glorificaré otra vez. La multitud que estaba allí, y que oyó la voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado. Respondió Jesús: —Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado este mundo; ahora será expulsado el príncipe de este mundo. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo. Con esto daba a entender de qué muerte iba a morir. Le respondió la gente: —Nosotros hemos oído que, según la ley, el Cristo no morirá nunca ¿Cómo, pues, dices tú que es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del Hombre? Jesús les respondió: —Todavía está la luz entre vosotros, pero no por mucho tiempo. Caminad mientras tenéis luz para que no os sorprendan las tinieblas porque el que anda en tinieblas no sabe a dónde va. En tanto que tenéis la luz, creed en la luz para que seáis hijos de luz. Dicho esto, Jesús se fue y se ocultó de ellos. A pesar de haber hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él para que se cumpliera la palabra del profeta Isaías: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor? Por esto no podían creer, pues Isaías también dijo: Cegó los ojos de ellos y endureció su corazón, para que no vean con los ojos ni entiendan con el corazón ni se conviertan y yo los sane . Isaías dijo esto cuando vio su gloria y habló acerca de él. A pesar de todo eso, fueron muchos, incluso de los gobernantes, los que creyeron en él, pero no lo confesaban por temor a que los fariseos los expulsaran de la sinagoga, pues les importaba más tener una buena reputación ante la gente, que tenerla ante Dios. Jesús clamó y dijo: —El que cree en mí no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve a mí, ve al que me envió. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. Yo no juzgo a quien oye mis palabras y no las guarda, porque yo no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo. El que me rechaza y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado le juzgará en el día final. Yo no he hablado por mi propia cuenta. El Padre, que me envió, es quien me ha ordenado lo que debo decir y enseñar. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho.

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