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JUECES 19:1-30

JUECES 19:1-30 RV2020

En aquellos días, cuando no había rey en Israel, hubo un levita que vivía como forastero en la parte más remota de los montes de Efraín. Había tomado para sí, como concubina, a una mujer de Belén de Judá; pero esta le fue infiel, lo abandonó y se fue a casa de su padre, en Belén de Judá, y estuvo allá durante cuatro meses. Se levantó su marido y fue tras ella para hablarle amorosamente y hacerla volver con él. Llevaba consigo un criado y un par de asnos. La mujer lo hizo entrar en la casa de su padre. Al verlo, el padre de la joven salió a recibirlo gozoso. Lo retuvo su suegro, el padre de la joven, y se quedó en su casa tres días, en los que comió y bebió mientras se alojaba allí. Al cuarto día, cuando se levantaron de mañana, se levantó también el levita para irse, pero el padre de la joven dijo a su yerno: —Recobra fuerzas con un bocado de pan y después os iréis. Se sentaron ellos dos juntos, comieron y bebieron. El padre de la joven pidió al hombre: —Te ruego que pases aquí la noche, y de seguro que te sentará bien. Se levantó el hombre para irse, pero insistió su suegro y volvió a pasar la noche allí. Al quinto día, se levantó de mañana el levita para irse, pero le dijo el padre de la joven: —Recobra fuerzas primero y espera hasta que decline el día. Y ambos comieron juntos. Luego el hombre se levantó para irse con su concubina y su criado. Entonces su suegro, el padre de la joven, le dijo: —Ya el día declina y va a anochecer; te ruego que paséis aquí la noche. Puesto que el día se acaba, duerme aquí, seguro que te sentará bien. Mañana os levantaréis temprano y os pondréis en camino, y te irás a tu casa. Pero el hombre no quiso pasar allí la noche, sino que se levantó y se fue. Llegó frente a Jebús, que es Jerusalén, con su par de asnos ensillados y su concubina. Cuando llegaron junto a Jebús, el día había declinado mucho; y dijo el criado a su señor: —Ven ahora, vámonos a esta ciudad de los jebuseos, para que pasemos en ella la noche. Su señor le respondió: —No iremos a ninguna ciudad de extranjeros, que no sea de los hijos de Israel, sino que seguiremos hasta Gabaa. Y añadió: —Ven, sigamos hasta uno de esos lugares, para pasar la noche en Gabaa o en Ramá. Así, pues, siguieron adelante, y cuando se les puso el sol estaban junto a Gabaa, ciudad de la tribu de Benjamín. Entonces se apartaron del camino y entraron en Gabaa para pasar allí la noche, pero se sentaron en la plaza de la ciudad, porque no hubo quien los acogiera en su casa para pernoctar. Llegó entonces un hombre viejo que venía de su trabajo del campo al anochecer, el cual era de los montes de Efraín y vivía como forastero en Gabaa, pues los habitantes de aquel lugar eran hijos de Benjamín. Al alzar el viejo los ojos, vio a aquel caminante en la plaza de la ciudad, y le dijo: —¿A dónde vas y de dónde vienes? Él respondió: —Venimos de Belén de Judá y vamos a la parte más remota de los montes de Efraín, de donde soy. Estuve en Belén de Judá, pero ahora voy a la casa del Señor y no hay quien me reciba en su casa; aún y cuando tenemos paja y forraje para nuestros asnos; también disponemos de pan y vino para mí y para tu sierva, y para el criado que está con tu siervo. No nos falta nada. El hombre anciano le dijo entonces: —La paz sea contigo. Yo me hago cargo de todo lo que necesites, con tal que no pases la noche en la plaza. Los trajo a su casa y dio de comer a sus asnos; se lavaron los pies, y comieron y bebieron. Pero cuando estaban gozosos, los hombres de aquella ciudad, gentes perversas, rodearon la vivienda, golpearon la puerta y le dijeron al anciano dueño de la casa: —Saca al hombre que ha entrado en tu casa, para que nos acostemos con él. Salió a su encuentro el dueño de la casa y les dijo: —No, hermanos míos, os ruego que no cometáis este mal. Puesto que este hombre es mi huésped, no hagáis esta maldad. Aquí está mi hija virgen y la concubina de él; yo os las sacaré ahora: humilladlas y haced con ellas como os parezca, pero no hagáis a este hombre cosa tan infame. Pero ellos no lo quisieron oír. Así que el levita tomó a su concubina y la sacó fuera. Aquellos hombres la violaron y abusaron de ella toda la noche hasta la mañana y la dejaron cuando apuntaba el alba. Cuando ya amanecía, vino la mujer y cayó delante de la puerta de la casa de aquel hombre donde su señor estaba, hasta que fue de día. Se levantó por la mañana su señor, abrió las puertas de la casa y salió para seguir su camino; y vio que la mujer, su concubina, allí estaba tendida delante de la puerta de la casa, con las manos sobre el umbral. El levita le dijo: —Levántate que nos vamos. Pero ella no respondió. Entonces aquel hombre la levantó, la echó sobre su asno, y se fue a su lugar. Al llegar a su casa, tomó un cuchillo, echó mano de su concubina, la partió por sus huesos en doce partes y la envió por todo el territorio de Israel. Y todo el que veía aquello decía: —Jamás se ha hecho ni visto tal cosa desde el tiempo en que los hijos de Israel subieron de la tierra de Egipto hasta hoy. Considerad esto, tomad consejo y hablad.

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