JUECES 13:2-25
JUECES 13:2-25 RV2020
En Zora, de la tribu de Dan, había un hombre que se llamaba Manoa. Su mujer nunca había tenido hijos, porque era estéril. A esta mujer se le apareció el ángel del Señor y le dijo: —Tú eres estéril y nunca has tenido hijos, pero concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, pues, no bebas vino ni sidra, ni comas cosa inmunda, pues quedarás embarazada y darás a luz un hijo. No pasará navaja sobre su cabeza, porque el niño será nazareo consagrado a Dios desde antes de nacer, y comenzará a salvar a Israel de manos de los filisteos. La mujer fue y se lo contó a su marido: —Un hombre de Dios vino a mí, cuyo aspecto era muy temible, como el de un ángel de Dios. No le pregunté de dónde venía ni quién era, ni tampoco él me dijo su nombre. Pero sí me dijo: «He aquí que tú concebirás y darás a luz un hijo; por tanto, desde ahora no bebas vino ni sidra, ni comas cosa inmunda, porque este niño será nazareo consagrado a Dios desde antes de nacer hasta el día de su muerte». Entonces oró Manoa al Señor: —Ah, Señor mío, yo te ruego que aquel hombre de Dios que enviaste regrese ahora a nosotros y nos enseñe lo que debemos hacer con el niño que ha de nacer. Dios oyó la voz de Manoa. Se hallaba la mujer en el campo, y el ángel de Dios vino otra vez a ella; pero Manoa, su marido, no estaba presente. La mujer corrió prontamente a avisar a su marido, y le dijo: —Mira que se me ha aparecido aquel hombre que vino a mí el otro día. Se levantó Manoa y fue con ella a donde estaba el hombre, y le dijo: —¿Eres tú el hombre que habló con mi mujer? Él respondió: —Yo soy. Entonces Manoa le preguntó: —Cuando tus palabras se cumplan, ¿cuál debe ser la manera de vivir del niño y qué debemos hacer con él? El ángel del Señor respondió a Manoa: —La mujer se guardará de todas las cosas que yo le dije: No tomará nada que proceda de la vid, no beberá vino ni sidra, ni comerá cosa inmunda. Guardará todo lo que le mandé. Entonces Manoa dijo al ángel del Señor: —Te ruego que nos permitas retenerte, y te prepararemos un cabrito. El ángel del Señor respondió a Manoa: —Aunque me retengas, no comeré de tu pan; pero si quieres hacer un holocausto, ofrécelo al Señor. (Manoa no sabía aún que aquel hombre era el ángel del Señor.) Entonces preguntó Manoa al ángel del Señor: —¿Cuál es tu nombre, para que cuando se cumpla tu palabra te honremos? El ángel del Señor respondió: —¿Por qué preguntas por mi nombre, que es oculto? Tomó, pues, Manoa un cabrito y una ofrenda, y los ofreció sobre una peña al Señor. Entonces el ángel hizo un milagro ante los ojos de Manoa y de su mujer. Porque aconteció que cuando la llama del altar subía hacia el cielo, Manoa y su mujer vieron al ángel del Señor subir en la llama del altar. Entonces se postraron rostro en tierra. Y el ángel del Señor no se les volvió a aparecer ni a Manoa ni a su mujer. Manoa supo en aquel instante que era el ángel del Señor. Y dijo Manoa a su mujer: —Seguro que vamos a morir, porque hemos visto a Dios. Su mujer le respondió: —Si el Señor nos quisiera matar, no aceptaría de nuestras manos el holocausto y la ofrenda, ni nos hubiera mostrado todas estas cosas, ni ahora nos habría anunciado esto. Y la mujer dio a luz un hijo y le puso por nombre Sansón. El niño creció y el Señor lo bendijo. Y el espíritu del Señor comenzó a manifestarse en él, en los campamentos de Dan, entre Zora y Estaol.