EZEQUIEL 3:1-27
EZEQUIEL 3:1-27 RV2020
Me dijo: —Hijo de hombre, come lo que tienes ante ti; come este libro enrollado, y ve y habla a la casa de Israel. Abrí mi boca y me hizo comer aquel libro enrollado. Me dijo: —Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas de este libro enrollado que yo te doy. Lo comí, y fue en mi boca dulce como la miel. Luego me dijo: —Hijo de hombre, ve a hablar con el pueblo de Israel, y repíteles mis palabras. Porque no eres enviado a un pueblo de lenguaje complicado y difícil de entender, sino al pueblo de Israel. No te mando a naciones numerosas de lenguaje complicado y difícil de entender, aunque si te hubiera mandado a ellas seguramente te escucharían. Pero la casa de Israel no te querrá oír, porque no me quiere oír a mí; porque toda la casa de Israel es de cabeza dura y de corazón obstinado. Sin embargo, yo he endurecido tu rostro como el rostro de ellos, y he hecho tu frente tan fuerte como la de ellos. Como el diamante, más fuerte que el pedernal he hecho tu frente; no les temas ni tengas miedo delante de ellos, porque son una nación de rebeldes. Me dijo: —Hijo de hombre, escucha con atención y retén en la memoria todas las palabras que voy a decirte. Luego entra adonde están los cautivos, los hijos de tu pueblo y diles: «Así ha dicho el Señor», ya sea que escuchen o que dejen de escuchar. El espíritu me elevó, y oí detrás de mí una voz de gran estruendo, que decía: «¡Bendita sea la gloria del Señor desde su lugar!». Oí también el ruido de las alas de los seres vivientes al juntarse la una con la otra, y el chirrido de las ruedas delante de ellos, así como el sonido de un gran estruendo. El espíritu, pues, me elevó y me llevó. Yo fui, pero con amargura y lleno de indignación, mientras la mano del Señor me asía con fuerza. Y vine a los cautivos que estaban en Tel-abib y moraban junto al río Quebar, y me senté junto a ellos. Allí, durante siete días, permanecí atónito entre ellos. Aconteció que al cabo de los siete días vino a mí palabra del Señor: —Hijo de hombre, yo te he puesto por centinela a la casa de Israel; oirás, pues, mi palabra, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo diga al impío: «Ciertamente morirás», si tú no lo amonestas ni le hablas, para que el impío sea advertido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero yo te pediré a ti cuentas de su sangre. Pero si tú amonestas al impío, y no se convierte de su impiedad y de su mal camino, morirá por su maldad, pero tú habrás salvado tu vida. Si el justo se aparta de su justicia y comete maldad, y yo pongo tropiezo delante de él, morirá porque tú no le habrás amonestado; en su pecado morirá, y sus actos de justicia que haya llevado a cabo no serán tenidos en cuenta; pero yo te pediré a ti cuentas de su sangre. Pero si amonestas al justo para que no peque, y no peca, sin duda vivirá, porque fue amonestado; y tú habrás salvado tu vida. Sentí sobre mí la mano del Señor, que me dijo: —Levántate y sal al campo, y allí hablaré contigo. Me levanté y salí al campo; y allí estaba la gloria del Señor, como la gloria que había visto junto al río Quebar; y me postré sobre mi rostro. Entonces entró el espíritu en mí y me puse de pie, y me dijo: —Entra y enciérrate dentro de tu casa. En cuanto a ti, hijo de hombre, debes saber que pondrán cuerdas sobre ti, y con ellas te atarán y no podrás salir para estar entre ellos. Haré que se te pegue la lengua al paladar, y estarás mudo, y no serás para ellos un hombre que reprende, porque son una nación de rebeldes. Pero cuando yo te haya hablado, abriré tu boca y les dirás: «Así ha dicho el Señor»: El que escucha, que escuche; y el que no quiera escuchar, que no escuche, porque son una nación de rebeldes.