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EFESIOS 1:3-23

EFESIOS 1:3-23 RV2020

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por medio de Cristo nos bendijo con toda clase de bendiciones espirituales en los lugares celestiales. Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de él. Por su amor nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, porque así lo quiso, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. En él tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. Y esto es posible por las riquezas de su gracia, que derramó abundantemente sobre nosotros llenándonos de toda sabiduría y entendimiento. Él, porque así lo quiso, nos dio a conocer el misterio de su voluntad, que de antemano tenía establecido para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo señalado: reunir en Cristo todas las cosas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra. En él asimismo participamos de la herencia, pues fuimos predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad. Así, nosotros, los primeros en poner nuestra esperanza en Cristo, nos convertimos en alabanza de su gloria. En él también vosotros, que habíais oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habíais creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa. Este Espíritu es la garantía de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. Por esta causa también yo, que he oído de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor para con todos los creyentes, os recuerdo en mis oraciones y no me canso de dar gracias a Dios por vosotros. Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación para que podáis conocerlo; que él ilumine los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a la que él os ha llamado, cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, los que creemos, según la acción de su fuerza poderosa. Esta fuerza operó en Cristo, resucitándolo de los muertos y lo sentó a su derecha en los cielos, sobre todo principado y autoridad, poder y señorío, y sobre todo nombre que se invoca, no solo en este mundo, sino también en el venidero. Y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo puso como cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de aquel que todo lo llena en todo.

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