HECHOS 28:1-30
HECHOS 28:1-30 RV2020
Estando ya a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta. Los habitantes del lugar nos trataron con mucha amabilidad. A causa de la lluvia y del frío, encendieron un fuego y nos recibieron a todos. Pablo recogió algunas ramas secas y cuando las echó al fuego una víbora, huyendo del calor, se le prendió en la mano. La gente de allí, al ver la víbora colgando de su mano, decía: —No hay duda de que este hombre es un homicida pues, aunque se ha librado de la tempestad, la justicia divina no permite que viva. Pablo se sacudió la víbora arrojándola al fuego y no sufrió ningún daño. Las gentes del lugar esperaban que él se hinchara o cayera muerto de repente. Mas después de esperar mucho y ver que ningún mal le sobrevenía, cambiaron de parecer y dijeron que era un dios. Cerca de aquel lugar había unos terrenos que pertenecían a Publio, el gobernador de la isla, quien nos recibió y amablemente nos hospedó durante tres días. Y resultó que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebre y de disentería. Pablo entró a verle y después de haber orado le impuso las manos y le sanó. En vista de los sucedido, aquellos que en la isla tenían enfermedades venían a él y quedaban sanados. Ellos también nos prodigaron muchas atenciones y cuando zarpamos nos abastecieron de todo lo necesario. Pasados tres meses zarpamos en una nave alejandrina que había invernado en la isla. Tenía por enseña a Cástor y Pólux. Llegamos a Siracusa y estuvimos allí tres días. Desde allí, sin perder de vista la costa, llegamos a Regio. Al día siguiente partimos con viento sur y una jornada después llegamos a Puteoli. Allí encontramos a algunos hermanos y nos rogaron que nos quedáramos con ellos siete días. Luego fuimos a Roma. Cuando los hermanos supieron de nosotros, salieron a recibirnos hasta el Foro de Apio y las Tres Tabernas. Al verlos, Pablo dio gracias a Dios y se sintió reconfortado. Al llegar a Roma, el centurión entregó los presos al prefecto militar, pero a Pablo se le permitió vivir aparte, bajo la vigilancia de un soldado. Tres días después, Pablo convocó a los dirigentes judíos y cuando estaban reunidos les dijo: —Yo, hermanos, no he hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres de nuestros padres, pero me apresaron en Jerusalén y me entregaron en manos de los romanos, quienes tras haberme interrogado quisieron soltarme por no encontrar ningún motivo para condenarme a muerte. Pero los judíos se opusieron y me vi obligado a apelar a César, aunque no tengo nada de que acusar a mi pueblo. Este es el motivo por el que os he llamado. Deseaba veros y hablaros pues por la esperanza de Israel llevo alrededor esta cadena. Ellos le dijeron: —Nosotros no hemos recibido de Judea cartas acerca de ti. Tampoco ha venido ningún hermano con denuncias o hablando mal de ti. Pero nos gustaría que nos dijeras lo que piensas, pues sabemos que por todas partes se habla en contra de esta secta. Fijaron un día para reunirse, y fueron muchos los que acudieron al lugar donde se hospedaba. Desde la mañana hasta la tarde les estuvo hablando del reino de Dios, citando tanto la ley de Moisés como a los profetas para convencerlos acerca de Jesús. Algunos asentían a lo que se decía, pero otros mostraban incredulidad. Y como ya estaban a punto de despedirse y aún no habían llegado a un acuerdo, les dijo: —Bien ha hablado el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías cuando dijo a nuestros padres: Ve a este pueblo y diles: De oído oiréis y no entenderéis; y miraréis y no veréis. El corazón de este pueblo se ha vuelto insensible. Con los oídos oyeron pesadamente y han cerrado sus ojos para no ver con los ojos para no oír con los oídos para no entender con el corazón y se conviertan, y yo los sane. Sabed, pues, que a los gentiles se les envía esta salvación de Dios, y ellos sí oirán. Cuando terminó de decir esto, los judíos se fueron en medio de una tensa discusión. Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada y allí recibía a todos los que iban a verle.