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2 REYES 18:1-37

2 REYES 18:1-37 RV2020

En el tercer año de Oseas hijo de Ela, rey de Israel, comenzó a reinar Ezequías hijo de Acaz, rey de Judá. Cuando comenzó a reinar tenía veinticinco años, y reinó en Jerusalén veintinueve años. El nombre de su madre era Abi, hija de Zacarías. Hizo lo recto ante los ojos del Señor, conforme a todas las cosas que había hecho David, su padre. Quitó los lugares altos, quebró las imágenes, rompió los símbolos de Asera e hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta entonces los hijos de Israel le quemaban incienso; y la llamó Nehustán. Ezequías puso su esperanza en el Señor, Dios de Israel. Entre todos los reyes de Judá no hubo otro como él, antes ni después, pues siguió al Señor y no se apartó de él, sino que guardó los mandamientos que el Señor prescribió a Moisés. El Señor estaba con él, y adondequiera que iba, prosperaba. Ezequías se rebeló contra el rey de Asiria y no le sirvió. También derrotó a los filisteos hasta Gaza y sus fronteras, desde las torres de vigilancia hasta la ciudad fortificada. En el cuarto año del rey Ezequías, que era el año séptimo de Oseas hijo de Ela, rey de Israel, subió Salmanasar, rey de los asirios, contra Samaria y la sitió. La tomaron al cabo de tres años. En el año sexto de Ezequías, el cual era el año noveno de Oseas, rey de Israel, fue tomada Samaria. El rey de Asiria llevó cautivo a Israel a Asiria, y los estableció en Halah, junto al río Gozán en Habor, y en las ciudades de los medos, por cuanto no habían atendido a la voz del Señor, su Dios, sino que habían quebrantado su pacto y no habían escuchado ni puesto por obra todas las cosas que Moisés, siervo del Señor, había mandado. A los catorce años del rey Ezequías subió Senaquerib, rey de Asiria, contra todas las ciudades fortificadas de Judá y las tomó. Entonces Ezequías, rey de Judá, envió a decir al rey de Asiria que estaba en Laquis: —He pecado; retírate de mi país y aceptaré todo lo que me impongas. El rey de Asiria impuso a Ezequías, rey de Judá un tributo de nueve mil novecientos kilos de plata y novecientos noventa kilos de oro. Entregó, por tanto, Ezequías toda la plata que había en la casa del Señor y en los tesoros de la casa real. En aquella ocasión Ezequías quitó el oro de las puertas del templo del Señor y de los quiciales que él mismo había recubierto de oro, y lo dio al rey de Asiria. Después, el rey de Asiria envió contra el rey Ezequías al jefe de los ejércitos, al jefe de los eunucos y al copero mayor, al frente de un gran ejército, y estos subieron de Laquis a Jerusalén para atacarla. Al llegar, acamparon junto al acueducto del estanque de arriba, en el camino de la heredad del Lavador. Llamaron luego al rey, y salió a encontrarse con ellos Eliaquim hijo de Hilcías, el mayordomo, Sebna, el escriba, y Joa hijo de Asaf, el canciller. Y el copero mayor les dijo: —Decid ahora a Ezequías: Así dice el gran rey de Asiria: «¿Qué confianza es esta en que te apoyas? Dices (pero son palabras vacías): “Consejo tengo y fuerzas para la guerra”. Pero ¿en qué confías, que te has rebelado contra mí? Veo que confías en este bastón de caña astillada, en Egipto, que si uno se apoya en él se le clava y le traspasa la mano. Tal es Faraón, rey de Egipto, para todos los que en él confían. Si me decís: “Nosotros confiamos en el Señor, nuestro Dios”, ¿no es este aquel cuyos lugares altos y altares ha quitado Ezequías, y ha dicho a Judá y a Jerusalén: “Delante de este altar adoraréis en Jerusalén?” ». Ahora, pues, te ruego que hagas un trato con mi señor, el rey de Asiria: yo te daré dos mil caballos si tú consigues jinetes para ellos. ¿Cómo podrías resistir a un capitán, o al menor de los siervos de mi señor, aunque estés confiado en Egipto, con sus carros y su gente de a caballo? ¿Acaso he venido yo ahora a este lugar para destruirlo sin contar con el Señor? El Señor me ha dicho: «Sube a esta tierra, y destrúyela». Entonces Eliaquim hijo de Hilcías, y Sebna y Joa respondieron al copero mayor: —Te rogamos que hables a tus siervos en arameo, porque nosotros lo entendemos, y no hables con nosotros en lengua de Judá a oídos del pueblo que está sobre el muro. El copero mayor les dijo: —¿Acaso me ha enviado mi señor para decir estas palabras a ti y a tu señor, y no a los hombres que están sobre el muro, expuestos a comer su propio excremento y beber su propia orina con vosotros? Entonces el copero mayor se puso en pie y clamó a gran voz en lengua de Judá: —Oíd la palabra del gran rey, el rey de Asiria. Así ha dicho el rey: «No os engañe Ezequías, porque no os podrá librar de mis manos. No os haga Ezequías confiar en el Señor cuando os diga: Ciertamente nos librará el Señor, y esta ciudad no será entregada en manos del rey de Asiria». No escuchéis a Ezequías, porque así dice el rey de Asiria: «Haced conmigo las paces y rendíos ante mí; que cada uno coma de su vid y de su higuera, y beba cada uno las aguas de su pozo, hasta que yo venga y os lleve a una tierra como la vuestra, tierra de grano y de vino, tierra de pan y de viñas, tierra de olivas, de aceite y de miel. Viviréis y no moriréis. No oigáis a Ezequías, porque os engaña cuando dice: El Señor nos librará. ¿Acaso alguno de los dioses de las naciones ha librado su tierra de manos del rey de Asiria? ¿Dónde está el dios de Hamat y de Arfad? ¿Dónde está el dios de Sefarvaim, de Hena, y de Iva? ¿Pudieron estos dioses librar a Samaria de mis manos? ¿Qué dios entre todos los dioses de estas tierras ha librado su tierra de mis manos, para que el Señor libre de mis manos a Jerusalén?». Pero el pueblo calló y no le respondió ni una palabra, porque el rey había dado una orden que decía: «No le respondáis». Entonces el mayordomo Eliaquim hijo de Hilcías, el escriba Sebna, y el canciller Joa hijo de Asaf, fueron a ver a Ezequías con sus vestidos rasgados, y le contaron las palabras del copero mayor.