2 REYES 17:1-41
2 REYES 17:1-41 RV2020
En el año duodécimo de Acaz, rey de Judá, Oseas hijo de Ela comenzó a reinar sobre Israel en Samaria. Reinó nueve años, e hizo lo malo ante los ojos del Señor, aunque no como los reyes de Israel que habían sido antes de él. Salmanasar, rey de los asirios, subió contra Oseas, quien fue hecho su siervo y le pagaba tributo. Pero el rey de Asiria descubrió que Oseas conspiraba, pues había enviado embajadores a So, rey de Egipto, y no pagó tributo al rey de Asiria, como lo hacía cada año, por lo que el rey de Asiria lo detuvo y lo encerró en la casa de la cárcel. Luego, el rey de Asiria invadió todo el país y sitió a Samaria, y estuvo sobre ella tres años. En el año nueve de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaria y llevó a Israel cautivo a Asiria. Los estableció en Halah, en Habor junto al río Gozán, y en las ciudades de los medos. Esto sucedió porque los hijos de Israel pecaron contra el Señor, su Dios, que los había sacado de la tierra de Egipto, de bajo la mano de Faraón, rey de Egipto. Adoraron a dioses ajenos y anduvieron en los estatutos de las naciones que el Señor había expulsado de delante de ellos, así como en los estatutos que hicieron los reyes de Israel. Los hijos de Israel hicieron secretamente cosas impropias contra el Señor, su Dios: se edificaron lugares altos en todas las ciudades, desde las torres de vigilancia hasta las ciudades fortificadas, y levantaron estatuas e imágenes de Asera en todo collado alto y debajo de todo árbol frondoso. Quemaron incienso en todos los lugares altos, a la manera de las naciones que el Señor había expulsado de su presencia, e hicieron cosas muy malas para provocar a ira al Señor. Servían además a los ídolos, acerca de los cuales el Señor les había dicho: «Vosotros no habéis de hacer tal cosa». El Señor amonestó entonces a Israel y a Judá por medio de todos los profetas y de todos los videntes, que les decían: «Volveos de vuestros malos caminos y cumplid mis mandamientos y mis ordenanzas, conforme a todas las leyes que yo prescribí a vuestros padres y que os he enviado por medio de mis siervos los profetas». Pero ellos no obedecieron, sino que se obstinaron tanto como sus padres, los cuales no creyeron en el Señor, su Dios. Desecharon sus estatutos, el pacto que él había hecho con sus padres y los testimonios que él les había prescrito, pues siguieron la vanidades y se hicieron vanos ellos mismos, por imitar a las naciones que estaban alrededor de ellos, aunque el Señor les había mandado que no obraran como ellas. Dejaron todos los mandamientos del Señor, su Dios; se hicieron imágenes fundidas de dos becerros, y también imágenes de Asera; adoraron a todo el ejército de los cielos y sirvieron a Baal; e incluso llegaron a quemar a sus hijos e hijas en sacrificio, practicaron la adivinación y la hechicería, y se entregaron a hacer lo malo ante los ojos del Señor, con lo que provocaron su ira. Por todo ello, el Señor se enfureció tanto contra Israel, que los quitó de delante de su rostro, y solo quedó la tribu de Judá. Pero ni aun Judá guardó los mandamientos del Señor, su Dios, sino que anduvieron en las costumbres que Israel había establecido. Entonces desechó el Señor a toda la descendencia de Israel, los afligió y los entregó en manos de saqueadores, hasta echarlos de su presencia. Cuando separó a Israel de la casa de David y ellos hicieron rey a Jeroboam hijo de Nabat, Jeroboam apartó a Israel del camino del Señor y les hizo cometer un gran pecado. Los hijos de Israel anduvieron en todos los pecados que cometió Jeroboam y no se apartaron de ellos, hasta que el Señor apartó a Israel de su presencia, como lo había anunciado por medio de todos los profetas, sus siervos. Así Israel fue llevado cautivo de su tierra a Asiria, hasta el día de hoy. El rey de Asiria llevó gente de Babilonia, de Cuta, de Ava, de Hamat y de Sefarvaim, y la puso en las ciudades de Samaria, en lugar de los hijos de Israel. Así ocuparon Samaria y habitaron en sus ciudades. Pero aconteció al principio, cuando comenzaron a habitar allí, que como no temían al Señor, él envió contra ellos leones que los mataban. Entonces dijeron al rey de Asiria: —Las gentes que tú trasladaste y pusiste en las ciudades de Samaria no conocen la ley del Dios de aquella tierra, y él ha enviado contra ellos leones que los matan, porque no conocen la ley del Dios de la tierra. Y el rey de Asiria ordenó: —Llevad allá a alguno de los sacerdotes que trajisteis de ese lugar, que vaya y habite allí y les enseñe la ley del Dios del país. Entonces uno de los sacerdotes que se habían llevado cautivo de Samaria, fue y habitó en Bet-el, y les enseñó cómo habían de temer al Señor. Pero cada nación se hizo sus dioses en la ciudad donde habitaba, y los pusieron en los templos de los lugares altos que habían construido los de Samaria. Los de Babilonia hicieron a Sucot-benot, los de Cuta hicieron a Nergal, y los de Hamat hicieron a Asima. Los aveos hicieron a Nibhaz y a Tartac, y los de Sefarvaim quemaban sus hijos en el fuego para adorar a Adramelec y a Anamelec, dioses de Sefarvaim. Temían además al Señor, e hicieron del bajo pueblo sacerdotes para los lugares altos, los cuales sacrificaban para ellos en los templos de los lugares altos. Aunque temían al Señor, honraban a sus dioses, según la costumbre de las naciones de donde habían sido trasladados. Todavía hoy hacen como antes: no temen al Señor ni guardan sus estatutos ni sus ordenanzas, ni actúan según la ley y los mandamientos que prescribió el Señor a los hijos de Jacob, al cual puso el nombre de Israel. Cuando el Señor hizo un pacto con ellos, les mandó: —No temeréis a otros dioses ni los adoraréis, ni los serviréis, ni les haréis sacrificios. Solo al Señor, que os sacó de tierra de Egipto con gran poder y brazo extendido, a él temeréis, a él adoraréis y a él haréis sacrificio. Los estatutos, derechos, ley y mandamientos que os dio por escrito cuidaréis siempre de ponerlos por obra, y no temeréis a dioses ajenos. No olvidaréis el pacto que hice con vosotros ni temeréis a dioses ajenos, sino temed al Señor, vuestro Dios, y él os librará de manos de todos vuestros enemigos. Pero ellos no escucharon, sino que hicieron según su costumbre antigua. Así, aquellas gentes adoraron al Señor y al mismo tiempo sirvieron a sus ídolos. Hasta el día de hoy sus hijos y sus nietos hacen lo mismo que hicieron sus padres.