1 SAMUEL 1:1-18
1 SAMUEL 1:1-18 RV2020
Hubo un hombre de Ramataim, sufita de los montes de Efraín, que se llamaba Elcana hijo de Jeroham hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efrateo. Tenía dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra, Penina. Penina tenía hijos, pero Ana no. Todos los años, aquel hombre subía de su ciudad para adorar y ofrecer sacrificios al Señor de los ejércitos en Silo, donde estaban dos hijos de Elí: Ofni y Finees, sacerdotes del Señor. Cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía sacrificio, daba a Penina, su mujer, la parte que le correspondía, así como a cada uno de sus hijos e hijas. Pero a Ana le daba una parte escogida, porque amaba a Ana, aunque el Señor no le había concedido tener hijos. Y su rival la irritaba, la enojaba y la entristecía porque el Señor no le había concedido tener hijos. Así hacía cada año; cuando subía a la casa del Señor, la irritaba de tal manera, que Ana lloraba y no comía. Y Elcana, su marido, le decía: —Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no comes?, ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos? Después de comer y beber en Silo, Ana se levantó, y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en una silla junto a un pilar del templo del Señor, ella, con gran angustia, oró al Señor y lloró desconsoladamente. E hizo este voto: —¡Señor de los ejércitos!, si te dignas mirar a la aflicción de tu sierva, te acuerdas de mí y no te olvidas de tu sierva, sino que das a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré al Señor todos los días de su vida, y no pasará navaja por su cabeza. Mientras ella oraba largamente delante del Señor, Elí observaba sus labios. Pero Ana oraba en silencio y solamente se movían sus labios; su voz no se oía, por lo que Elí la tuvo por ebria. Entonces le dijo Elí: —¿Hasta cuándo estarás ebria? ¡Digiere tu vino! Pero Ana le respondió: —No, señor mío; no he bebido vino ni sidra. Soy solo una mujer angustiada que ha venido a desahogarse delante del Señor. No tengas a tu sierva por una mujer impía, porque solo por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he estado hablando hasta ahora. —Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho —le dijo Elí. —Halle tu sierva gracia delante de tus ojos —respondió ella. Se fue la mujer por su camino, comió, y no estuvo más triste.