1 JUAN 2:1-17
1 JUAN 2:1-17 RV2020
Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Pero si alguno ha pecado, tenemos un abogado ante el Padre, a Jesucristo, el justo. Él es la propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo. Podemos estar seguros de que conocemos a Dios si obedecemos sus mandamientos. El que dice: «Yo lo conozco», pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero el que obedece su palabra, en ese verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo. Hermanos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque la oscuridad ha pasado y la luz verdadera ya alumbra. El que dice que está en la luz y odia a su hermano, está todavía en la oscuridad. El que ama a su hermano, permanece en la luz y en él no hay tropiezo. Pero el que odia a su hermano está en la oscuridad y anda en la oscuridad, y no sabe a dónde va, porque la oscuridad le ha cegado los ojos. Hijitos, os escribo a vosotros porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre. Padres, os escribo a vosotros porque conocéis al que es desde el principio. Jóvenes, os escribo a vosotros porque habéis vencido al maligno. Hijitos os escribo a vosotros porque habéis conocido al Padre. Padres, os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Jóvenes, os he escrito a vosotros porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, como son las pasiones carnales, los deseos impuros que entran por los ojos y la arrogancia de vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo y sus pasiones pasan, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.