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GÁLATAS CARTA A LOS GÁLATAS

CARTA A LOS GÁLATAS
INTRODUCCIÓN
1. Pablo y los cristianos de Galacia
Galacia era una extensa región situada en el centro de Asia Menor. Sus habitantes, de origen céltico, descendían de las tribus de la antigua Galia. En el año 25 a. C., el emperador Augusto la constituyó provincia romana con Ancira, Pesinonte y Tavio como ciudades más importantes. A la Galacia propiamente dicha —la Galacia del Norte— se incorporaron algún tiempo después otros territorios y ciudades —Iconio, Derbe, Listra— dando lugar a la Galacia del Sur.
Pablo evangelizó estos territorios y ciudades del sur en el curso de su primer viaje misionero (ver Hch 13,13—14,24). Los del norte debieron ser evangelizados durante el segundo viaje misional del Apóstol, probablemente hacia el año 49 d. C.; así lo deja sobreentender, aunque muy escuetamente, Hch 16,6. Según el propio Pablo (ver 4,13) debió ser una grave e inesperada enfermedad la que lo obligó a detenerse un tiempo entre los gálatas y le proporcionó la ocasión de evangelizarlos. Fue una experiencia inolvidable que Pablo recordará con añoranza cuando las relaciones con los gálatas entren en una profunda crisis (4,13-14).
2. La crisis gálata
Todo fue bien durante algún tiempo. Pero en un determinado momento ciertos cristianos procedentes del judaísmo —los llamados “judaizantes” por cuanto exigían a los creyentes en Cristo la observancia de las prescripciones de la ley de Moisés, en especial la práctica de la circuncisión— se hicieron presentes en Galacia. Allí trataron de imponer sus criterios. Alardeaban de estar apoyados doctrinalmente por los apóstoles de Jerusalén y consideraban que Pablo no era un verdadero apóstol, pues no pertenecía al grupo de los Doce y, además, su versión del evangelio no destacaba suficientemente los aspectos morales de la conducta cristiana. Estos cristianos judaizantes tuvieron éxito. Consiguieron ganar a los gálatas para sus puntos de vista, haciéndoles desconfiar de Pablo y separándolos de la órbita del Apóstol.
A Pablo no le preocupa que lo ataquen o lo desprestigien personalmente. Pero sí le preocupa, y mucho, el daño que pueda hacerse a las jóvenes iglesias cristianas si se tergiversa el auténtico mensaje evangélico y, por consiguiente, si el movimiento iniciado por Jesús de Nazaret se convierte en un movimiento formalista y ritual, en una especie de secta judía en la que las prácticas exteriores constituyan el más importante, si no el único, camino de salvación. El peligro es, pues, serio. Pablo hubiera querido acudir personalmente a resolver la situación (4,20), pero algo se lo impidió y una vez más tuvo que emplear el recurso de la carta.
3. La carta y sus peculiaridades
Gálatas (en adelante se utilizará preferentemente la abreviatura Ga) es una carta singular. Lo es por estar dirigida no a una sino a varias comunidades cristianas, por contener abundantes y muy interesantes datos autobiográficos, por su carácter tremendamente polémico y por lo transcendental de su mensaje.
Nadie, ni en la antigüedad ni en tiempos más recientes, ha puesto en duda la autenticidad paulina de Ga. Sus preciosos datos autobiográficos, su estilo y sus ideas no admiten más autor que Pablo. Toda ella es una inmensa rúbrica paulina. Incluso cabe pensar que la escribió el propio Pablo de puño y letra, si no toda ella, al menos los párrafos finales (ver 6,11). Por lo que se refiere a los recursos estilísticos utilizados, son de lo más variado: reconstrucciones históricas (1,11—2,14), evocaciones personales (4,13-16), citas del AT (3,6-13), procedimientos exegéticos de corte rabínico (3,15-22; 4,21-31), observaciones irónicas que rozan con lo sarcástico (5,12). Maldice, (1,9), apostrofa (3,1-15), recrimina sin respetos humanos (2,14), pero también ruega con dulzura y delicadeza (4,12.19). Hay que resaltar un detalle sin duda muy significativo: la acción de gracias habitual al comienzo de las cartas paulinas ha sido sustituida en Ga por una severa amonestación (1,6-10).
¿Cuándo y desde dónde escribió Pablo esta carta a las comunidades cristianas de Galacia? No disponemos de datos para responder con precisión a esta pregunta. Tal vez desde Éfeso, entre los años 53-55 d. C. O incluso algo más tarde, de camino hacia Corinto y no mucho antes de la carta a los Romanos que, según una cronología larga para la vida de Pablo, habría sido escrita hacia el año 57 (ver Introducción a Romanos). En cualquier caso, es este un dato más bien irrelevante para la interpretación del mensaje de la carta. Lo mismo que no tiene mayor importancia determinar si la carta tiene como destinatarios a las iglesias de la Galacia del Norte —hipótesis más probable— o más bien a las de la Galacia del Sur.
4. Contenido de la carta
Antes de entrar en el núcleo de la cuestión, Pablo quiere asegurar su condición y su autoridad de apóstol. De esta manera quedará bien claro que el mensaje de salvación por él proclamado, y que los gálatas recibieron, es el auténtico evangelio de Jesucristo y, mal que les pese a los judaizantes, no existe otra doctrina evangélica (1,7-9). A este propósito se orienta la primera sección de la carta, que es de carácter autobiográfico: Pablo ha sido elegido y llamado por Dios para ser apóstol de todos (1,11-24), pero especialmente de los paganos; así se lo han reconocido los dirigentes de la iglesia madre de Jerusalén, considerados como columnas de la Iglesia (2,1-14).
Sobre esta base, Pablo puede ya proclamar, y proclama sin ambages, que el acontecimiento decisivo de la salvación del ser humano es únicamente Cristo (4,4-7). Y no se puede colocar al lado de Cristo, como un elemento competidor, ninguna otra realidad paralela, en concreto la ley de Moisés, como pretendían los predicadores judaizantes. La ley no salva; por el contrario, esclaviza y es ocasión de pecado ya que dice lo que hay que hacer, pero no proporciona las fuerzas necesarias para hacerlo (2,15-21). Sólo Jesucristo, aceptado por la fe, es fuente de salvación. Pablo ilumina esta verdad acudiendo a la Escritura y proponiendo como puntos de referencia el ejemplo de Abrahán y la alegoría de Sara y Agar. El patriarca Abrahán se hace agradable a Dios no por sus méritos, sino por haberse fiado plenamente de Dios y de sus promesas (3,15-18). Agar y Sara, por su parte, tipifican, respectivamente, al judaísmo como religión de la esclavitud y al cristianismo como religión de la libertad (4,21-31).
En el tramo final de la carta (5,2—6,10) Pablo saca las consecuencias de lo dicho. Aceptar a Cristo y su mensaje mediante la fe nos hace “personas libres” y “nuevas criaturas”. Pero al mismo tiempo comporta una serie de exigencias para la vida cristiana que el Apóstol formula en dos frases lapidarias: ¡No utilicéis la libertad como tapadera de apetencias puramente humanas! Al contrario, haceos esclavos los unos de los otros por amor (5,13); y aquella otra: Lo que cuenta es la fe, que actúa por medio del amor (5,6).
Concluye Pablo la carta de forma apasionada, escueta y exigente. Sin saludos personales, pero con un hermanos, único en las cartas paulinas, que es como un grito de angustia y, a la vez, de confianza en que los gálatas recapacitarán y volverán al único y auténtico mensaje de Cristo (6,11-18).
5. Protagonismo histórico-teológico de Gálatas
En el curso de la historia del cristianismo Ga ha sido, un poco como Jesucristo, “piedra de escándalo y signo de contradicción”. Ha sido llamada con toda justicia “la carta magna de la libertad cristiana” y, al margen de interpretaciones más o menos radicales, este singular escrito paulino se ha enfrentado y se seguirá enfrentando permanentemente a todo lo que signifique hipocresía o formulismo en el seno de la Iglesia cristiana. Siempre que la vida cristiana, tanto individual como comunitaria, se sienta amenazada por actitudes legalistas capaces de esterilizarla totalmente, será bueno volver, por parte de todos, a la lectura y meditación serias, sin condicionamientos ni prejuicios históricos, de ese singular escrito que es Ga.
6. Estructura de la carta
— Introducción (1,1-10)
I.— AUTORIDAD APOSTÓLICA DE PABLO (1,11—2,21)
II.— SALVADOS POR LA GRACIA Y LA FE (3—4)
III.— LA VERDADERA LIBERTAD CRISTIANA (5,1—6,10)
— Conclusión (6,11-18)

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