ROMANOS 10:1-15
ROMANOS 10:1-15 BLP
Hermanos, deseo con todo mi corazón y le pido a Dios que salve a los israelitas. Soy testigo de que buscan a Dios con ardor, pero sin el debido conocimiento. Desconocen, en efecto, el poder salvador de Dios y pretenden hacer valer su propio poder sin querer someterse al de Dios. Pero Cristo constituye el punto final de la ley y por él, Dios absuelve de culpa y restablece en su amistad a todo creyente. En cuanto al poder salvador de la ley, así escribe Moisés: Quien cumpla la ley, encontrará vida en ella. En cambio, del poder salvador de la fe dice así: No te inquietes preguntando: «¿Quién podrá subir al cielo?» —se sobrentiende que para hacer que Cristo baje—. Ni tampoco: «¿Quién bajará al abismo?» —se sobrentiende que para hacer surgir a Cristo de la muerte—. Lo que dice la Escritura es esto: La palabra está muy cerca de ti. Está en tus labios y en tu propio corazón. Y se trata de la palabra de fe que nosotros proclamamos. Si, pues, tus labios confiesan que Jesús es el Señor y crees en tu interior que Dios lo resucitó de la muerte, serás salvo. Porque se necesita la fe interior del corazón para ser justificado, y la pública confesión de esa fe para obtener la salvación. Pues dice la Escritura: Nadie que ponga en él su confianza quedará defraudado Y no existe diferencia entre judío y no judío, ya que uno mismo es el Señor de todos, y su generosidad se desborda con todos los que lo invocan. Por tanto, todo el que invoque el nombre del Señor será salvo. Ahora bien, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no creen? ¿Y cómo van a creer en él si no han oído su mensaje? ¿Y cómo van a oír su mensaje si nadie lo proclama? ¿Y cómo lo van proclamar si no son enviados? Por eso dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian buenas noticias!