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SALMOS 78:1-72

SALMOS 78:1-72 BLP

Pueblo mío, escucha mi enseñanza, atended a las palabras de mi boca. Con sentencias sabias hablaré, proclamaré enigmas de antaño. Lo que nosotros oímos y sabemos, lo que nuestros padres nos contaron, no lo ocultaremos a sus hijos; a la nueva generación le contaremos las proezas del Señor y su poder, las maravillas que él hizo. Él estableció una norma en Jacob, una ley instituyó en Israel; él ordenó a nuestros padres enseñarlas a sus hijos, para que la generación venidera lo sepa y los hijos que habrán de nacer se dispongan a contarlo a sus hijos. Así estos confiarán en Dios, no olvidarán sus proezas y respetarán sus mandatos; no serán como sus padres, generación terca y rebelde que no fue fiel a Dios. Los hijos de Efraín, diestros arqueros, huyeron el día de la batalla. No respetaron la alianza, no quisieron seguir su ley; olvidaron sus proezas, los portentos que les mostró. Ante sus padres hizo prodigios en el país de Egipto, en los campos de Soán. Abrió el mar y los hizo pasar, como un dique detuvo las aguas; con una nube los guiaba de día, con luz de fuego durante la noche; en el desierto hendió las rocas, calmó su sed en caudalosos manantiales; hizo brotar arroyos de las peñas y como ríos descendieron las aguas. Pero de nuevo pecaron contra él, se rebelaron contra el Altísimo en el desierto. En su interior retaron a Dios, reclamaron comida con ansia. Hablaron contra Dios, dijeron: «¿Podrá Dios preparar una mesa en el desierto? Es verdad que golpeó la roca y el agua manó, los arroyos fluyeron; pero ¿podrá también dar pan, proporcionar carne a su pueblo?». Lo oyó el Señor y se llenó de furia, su ira se encendió contra Jacob, se alzó en cólera contra Israel, porque no habían creído en Dios, no confiaban en su salvación. Entonces dio la orden a las nubes y las puertas del cielo se abrieron. Les hizo llover maná para comer, les ofreció trigo del cielo. Pan de ángeles comió el ser humano, víveres mandó para saciarlos. En el cielo hizo soplar viento del este, viento del sur levantó con su poder. Les llovió carne abundante como el polvo, aves numerosas como la arena del mar; en medio del campamento las hizo caer, alrededor de sus tiendas. Ellos comieron hasta hartarse y él cumplió así sus deseos. Pero no estaban aún satisfechos, aún tenían la comida en la boca cuando Dios se enfureció con ellos y acabó con los más vigorosos, abatió a los mejores de Israel. A pesar de ello siguieron pecando, no confiaron en sus maravillas. Entonces en un soplo consumió sus días, sus años en un súbito terror. Si los hacía morir lo buscaban, se arrepentían dirigiéndose a él; recordaban que Dios era su refugio, el Dios Altísimo su redentor. Pero con su boca lo engañaban, con su lengua le mentían; su corazón no era sincero, eran infieles a su alianza. Él, misericordioso, perdonaba su pecado y no los destruía; su ira contenía una y otra vez, no desplegaba todo su furor. Recordaba que eran humanos, un soplo que pasa y no vuelve. ¡Cuántas veces se rebelaron en el desierto y en el yermo lo llenaron de tristeza! Una y otra vez provocaban a Dios, enojaban al Santo de Israel. No se acordaban de su poder, del día que los salvó del enemigo, cuando en Egipto hizo prodigios y portentos en los campos de Soán. Él convirtió en sangre sus ríos, sus arroyos para que no bebieran. Les envió plagas que los devoraron, ranas que los destruyeron, entregó a los saltamontes sus cosechas, a las langostas sus tareas campesinas; destruyó con el granizo sus viñedos, con la helada sus higueras; abandonó su ganado al pedrisco, a los rayos sus rebaños. Lanzó contra ellos el furor de su ira, cólera, furia y calamidades, una hueste de aciagos mensajeros. Dio rienda suelta a su ira y no los salvó de la muerte, sino que entregó sus vidas a la peste; a todo primogénito abatió en Egipto, a todo primer nacido en las tiendas de Cam. Como a un rebaño sacó a su pueblo, por el desierto lo condujo como a ovejas; en sosiego los guiaba y no temían, pero a sus enemigos los cubría el mar. Y los llevó hasta su tierra sagrada, al monte que su mano conquistó. Ante ellos expulsó naciones, repartió en lotes su heredad y en sus tiendas alojó a las tribus de Israel. Pero ellos lo pusieron a prueba, se rebelaron contra el Dios Altísimo, no respetaron sus mandamientos. Lo abandonaron, lo traicionaron como sus padres, se desviaron como un arco mal tensado. Lo enfurecieron con sus altares, con sus ídolos le dieron celos. Dios lo oyó y se llenó de furia, detestó intensamente a Israel. Abandonó su morada en Siló, la Tienda que tenía en medio de ellos. Al cautiverio entregó su poder, a manos del enemigo su gloria; abandonó su pueblo a la espada, se enfureció contra su heredad; a sus jóvenes consumió el fuego, no hubo cantos de boda para sus doncellas; sus sacerdotes murieron a espada, sus viudas no los lloraron. Pero el Señor despertó como quien duerme, cual guerrero aturdido por el vino, y atacó a sus enemigos por la espalda, los cubrió de una vergüenza eterna. Rechazó a la casa de José, no eligió a la tribu de Efraín; eligió a la tribu de Judá, al monte Sion que él ama. Erigió su santuario como el cielo, como la tierra que asentó para siempre. Eligió a David su siervo, del redil de las ovejas lo tomó; lo sacó de detrás de las corderas para pastorear a Jacob, su pueblo, y a Israel su heredad. Y los pastoreó con corazón íntegro, los condujo con mano diestra.

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